miércoles, 25 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 13

Ojos verdes, se dijo Paula. No se había dado cuenta. Ojos verdes, y además necesitaba un afeitado. ¿O se estaría dejando la barba? ¿Que nadie besaba tan bien? ¿Y cómo podía saberlo él? Hacía siglos que no había besado a nadie. Él se acercaba. Peligrosamente.


-¡Luca! -exclamó Paula en un susurro.


El perro guardián estaba dormido sobre la alfombra, junto a la cama. Movió la cola, pero volvió a cerrar los ojos y se quedó donde estaba.


-¡Maldito perro!


-No recuerdo haber conocido a ninguna chica que dijera tantas palabrotas como tú -dijo Pedro acercándose muy despacio.


Sus narices se rozaron. 


-No me toques -susurró Paula.


-Demasiado tarde -dijo él frunciendo los labios y besándole la punta de la nariz.


-Lo detesto -musitó ella.


-Apuesto a que sí.


Él ladeó la cabeza hacia la derecha y sus labios acariciaron los de ella. Hubo un contacto rápido, como un relámpago. Casi eléctrico. Paula se puso tensa, luego se relajó. Un estremecimiento la recorrió. Pero no podía hacer nada al respecto, pensó. Él era más grande que ella, al menos unos treinta centímetros, y sus brazos... Entonces se dió cuenta de que él ni siquiera la tocaba. Ni lo más mínimo. Tenía las manos apoyadas sobre la puerta. Nada la obligaba a permanecer en aquella posición excepto el contacto de sus labios. Y la ensoñación. Aquel beso le producía una sensación cálida, húmeda, hipnótica. Pero él sí pretendía sujetarla contra la puerta, se dijo, así que no tenía sentido luchar. ¿O sí? Una vez hecha prisionera Paula se relajó y enrolló los brazos alrededor del cuello de él. Suspiró, larga y profundamente, como jamás había suspirado. Y frunció los labios imitando los de él. «No lo hagas», se dijo frenética. Pero el hecho de decirlo no ayudaba en nada. Hubo un nuevo roce de labios, y después él se apartó. Y luego volvió para unirse a ella larga, profunda, cálidamente. Sintió que perdía el sentido. Se agarró con fuerza a su cuello, levantó un pie del suelo y se presionó contra él. Como si fuera una escaladora, se agarró a él temerosa de caer. Hubiera podido permanecer agarrada a él para siempre, pero entonces sonó el timbre de la cocina y él se apartó.


-Y no ha sido todo culpa mía -se defendió Paula con vigor.


-No, no todo -admitió él-. Creo que nadie me había besado así desde... bueno, desde hace mucho.


-¡No hace falta que te chulees!


-No me estoy chuleando. Ha sido fantástico. ¿Lo haces siempre así?


-¡Te estás chuleando! ¡Un caballero jamás se chulearía sobre algo así!


-Sexo, así es como se llama, no «algo así». ¿Quieres probar otra vez?


-No, no quiero. Jamás. Algunas personas lo llaman amor, no sexo.


-Ah, entonces, ¿Estás enamorada de mí? -sonrió él. 


-¡No seas tonto! -contestó ella resuelta-. Ya me habían besado antes. Y tú no lo haces particularmente bien, si es que quieres saberlo.


Paula levantó una mano y se restregó los labios como si quisiera borrar el recuerdo del beso. Pero había mucho que borrar.


-Dí la verdad -ordenó él.


-Si te la dijera te sentirías terriblemente cohibido. Terriblemente.


-Bueno, no se puede ganar siempre -sonrió él encogiéndose de hombros. De nuevo sonó un zumbido en la cocina-. Voy con el tiempo muy justo, cariño.


Antes de que Paula pudiera apartarse él la besó una vez más en la punta de la nariz y se marchó por el corredor. Luca levantó un párpado, bufó y se volvió a dormir.


-¡Maldito perro! ¿Dónde estabas cuando te necesitaba? -musitó Paula saliendo al corredor. Pedro había desaparecido-. ¡Y ese horario tuyo es un lío! -gritó-. ¿Dónde dice «hora de besar al ama de llaves»? 

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