-Tiene suerte tu tío -contestó Paula abrochándose el impermeable. Luca quería unirse a la expedición, pero Paula se lo impidió-. Quédate aquí en el porche, nena.
-¿Y si no me quedo me gritarás?
-No, pero puede que te atropelle.
Martina se metió el pulgar en la boca y obedeció como si estuviera acostumbrada a hacerlo. Paula se apresuró hacia el coche, estacionado al lado de la casa. El viejo Jeep tardó en ponerse en marcha. Paró delante de la casa, junto a los escalones, y abrió la puerta. Martina entró, y antes de que pudiera cerrar Luca salió ladrando y se subió en el asiento de atrás.
-¿El perro también viene con nosotros? -
-Va a ser un problema. En las tiendas no se permiten perros.
-¿Y niñas sí?
-Por supuesto, tontina. Abróchate el cinturón. Todo el mundo debe llevarlo puesto, sobre todo las niñas pequeñas.
-Yo no soy una niña pequeña -aseguró Martina volviendo a chuparse el dedo.
-Por supuesto que no, tú eres una niña mayor. ¡Luca! ¡Bájate del asiento!
Una vez preparados Paula puso en marcha el motor y tomó la carretera hacia el sur. No había demasiado tráfico. Al llegar a Taunton tomaron la carretera de circunvalación, salieron por el lado opuesto y, cruzando las vías del tren, aparecieron en el parking del centro comercial.
-Es muy grande -comentó Martina.
-El más grande que hay al sur de Massachusetts -aseguró Paula-. Y está lleno. Y eso me recuerda que tenemos que conseguir un cochecito de niños para tí.
-El tío Pedro ya tiene -señaló la niña-, pero no me gusta. No pienso sentarme en ningún cochecito de bebé, así que no lo compres.
-¿Ves a ese policía de ahí?
-Sí.
-Pues si no te consigo una sillita me va a arrestar y me va a mandar a la cárcel.
-No me importa -contestó la niña encogiéndose de hombros.
-Y luego irán a casa y arrestarán al tío Pedro -se apresuró Paula a añadir.
-¡Oh, Dios! ¡Pero no pueden hacer eso!
-Es cierto -suspiró Paula-. Vamos, cariño, vamos.
Dejaron a Luca en el coche y se apresuraron a entrar en el centro comercial. Tres horas después habían comprado seis vestidos, tres pares de zapatos y habían comido. Acababan de entrar en Filene's para comprar ropa interior cuando la dependienta dijo:
-¿Y qué estilo prefiere la pequeñita?
Además del insulto, la vendedora quiso dar palmaditas a Martina en la cabeza. La niña se detuvo en seco, plantó ambos pies en el suelo y gritó:
-¡Yo no soy pequeñita!
Paula tuvo que esconderse. Martina tenía la voz más chillona de toda Nueva Inglaterra. Y para subrayar aún más su enfado se tiró al suelo y comenzó a patalear. La dependienta dio un par de pasos atrás en un intento por defenderse.
-Está cansada -dijo Paula tratando de justificarla-. Necesita una siesta.
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