miércoles, 18 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 70

Sentada frente a su escritorio en el instituto vulcanológico, Paula estudió las señales sismográficas. A su alrededor, el ambiente era frenético, los teléfonos no dejaban de sonar y había gente por todas partes. Estaban tratando de establecer e instalar más aparatos para monitorizar en todo momento el volcán.  La actividad sísmica en el interior del cráter se había cuadruplicado desde la explosión de vapor del día anterior. Tenía mucho trabajo por delante. Pero, aun así, no podía dejar de pensar en Pedro. Se había dejado el corazón en Hood Hamlet y echaba mucho de menos ese pueblo, a la gente y, sobre todo, a él. Suponía que ya habría regresado a casa y que estaría a salvo. A lo mejor ya había leído la nota que le había dejado. Esperaba que no la odiara.  Andrés dejó una taza de café y una barra de chocolate frente a ella en el escritorio.


 –Estás trabajando muy duro –le dijo su jefe.

 

El chocolate le hizo pensar de nuevo en Pedro y en los besos que habían compartido en la chocolatería de Hood Hamlet. No podía creer que nunca fuera a volver a besarlo.


 –Para eso me contrataste –respondió ella.

 

–Te contraté porque estás muy cualificada y eres lista. Pero aún te estás recuperando del accidente, tienes que tomarte las cosas con calma. Hay mucho trabajo, pero no tienes por qué analizarlo ahora mismo, ve más despacio –le dijo su jefe–. Aunque no sabes cuánto me alegra que hayas vuelto. 


Esperaba recibir una llamada del observatorio vulcanológico de Cascades en cualquier momento para que les enviara una carta de recomendación.


 –¿Por qué pensabas eso?

 

–Por Pedro. Lo ví muy preocupado por tí en el hospital.

 

–Es médico y siempre se preocupa, es normal –respondió ella–. Pero ya se ha terminado todo entre los dos. La solicitud de divorcio está presentada.

 

–Lo siento por los dos, pero me alegra poder contar contigo. Quédate una hora más y vete después a casa. Tenemos que entender lo que está pasando y necesito que estés en plena forma.

 

–De acuerdo –le dijo de mala gana.


Regresó al estudio de los datos cuando se alejó su jefe. Media hora más tarde, apagó su ordenador. Le dolía la cabeza. Se despidió de sus compañeros y se fue.  Ya en la calle, levantó la mirada hacia el monte Baker. La columna de vapor contrastaba contra el cielo azul.

 

–¡Paula!


El sonido de esa voz hizo que se estremeciera. Se dió la vuelta y se apoyó en el edificio al ver que era Pedro. Se preguntó si se lo estaría imaginando. Parpadeó, pero seguía allí.

 

–¿Qué haces aquí? –le preguntó cuando llegó a su lado.

 

–Se te olvidó algo.

 

–¿El qué?

 

Pedro la miró fijamente a los ojos antes de contestar.


 –Tu marido.

 

Abrió estupefacta la boca. No podía respirar. Pedro caminó hacia ella lentamente, con pasos calculados y mucha seguridad.


 –Sé que estás ocupada con un trabajo muy importante, por eso te lo he traído yo.


Trató de hablar, pero no pudo. Pedro le acarició la mejilla e intentó controlarse para no dejarse llevar por sus sentimientos. Sabía que tenía que ser fuerte por el bien de ambos.

 

–Has estado trabajando demasiado. Te duele la cabeza.

 

No entendía cómo podía saberlo.

 

–Pero... ¿Por qué estás aquí?

 

Pedro sacó entonces un sobre. Vió que eran los papeles de divorcio.

 

–Me dejaste esto en la mesa –le recordó Pedro.

 

–Sí, pronto estaremos divorciados.

 

Vió que agarraba el sobre como si quisiera romperlo y lo detuvo con la mano.


 –¿Qué estás haciendo?

 

–Lo que debería haber hecho hace un año –le dijo Pedro–. Ha sido una pérdida de tiempo y dinero. Le he dicho a mi abogado que detenga el procedimiento. 

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