viernes, 27 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 17

Sobresaltado, Pedro se dejó caer sobre la pared y se agarró a ella. La lengua masculina recorrió la boca de Paula. La suavidad de sus firmes, generosos pechos se vio aplastada contra el torso de él. Firmes, generosos, húmedos pechos... aún tenía la blusa calada. La mente de él se afanó buscando un comentario inteligente que hacer, pero no encontró nada, y no supo expresarse. Parecía haber solo dos alternativas: agarrarla con fuerza o dejarla resbalar por sus brazos hasta caer al suelo. Se dejó llevar por la pasión que los impulsaba a ambos e intentó hacer las dos cosas al mismo tiempo.


Aquel beso pareció durar eternamente, pero Paula no se dejó engañar. Ya no estaba colgada de su cuello. Los brazos de él habían asumido el control, la agarraban por debajo de la cintura y la apretaban con fuerza. Paula dió patadas, pero aquello, curiosamente, solo sirvió para enlazarlos aún con más fuerza. Él la aupó un poco más arriba hasta que quedó sentada sobre sus manos. Entonces ella apartó los labios, respiró hondo y se quedó mirándolo de cerca. Trataba de pensar. ¿Qué diablos estaba haciendo?, se preguntó frenética. No hubo respuesta. El parecía a punto de posar los labios de nuevo sobre los de ella. Agachó la cabeza hasta esconderla bajo su barbilla. El calor aumentó. Era un calor cómodo, soñoliento, así que, cuando él comenzó a soltarla gradualmente y sus pies tocaron el suelo, gimió. Él movió las manos por los costados, hacia arriba, apartándolas del trasero hasta que sus dedos rozaron los pechos, y luego siguió subiendo hasta acariciar los pezones erectos. Sintió que se estremecía, pero no por miedo a lo que él fuera a hacer, sino por miedo a lo que pudiera hacer ella. No había vuelto a sentir aquella sensación desde que tenía trece años, y en aquella ocasión había sido solo algo pasajero. Ni siquiera recordaba el nombre de aquel chico. Se aclaró la garganta nerviosa y tosió.


-Déjame en el suelo -ordenó con voz trémula.


-¿Ya no vas a matarme?


-No -contestó ella haciendo una pausa-, no lo creo.


-¿Entonces vas llamar a tu hermano para que me mate él?


-Pues... no, no lo creo.


-¿Vas llamar a tu madre para que me haga algo?


-No. 


-¿Y vas a abandonar la casa y a huir?


-Debería... pero no lo haré.


Él dejó de abrazarla. Paula tenía ambos pies en el suelo, se inclinó hacia adelante y apoyó todo su peso sobre él. Él acunó su cabeza contra el pecho y acarició su cabello con una mano.


-Tengo... tengo un carácter terrible -susurró Paula sobre su pecho-. Terrible.


-No me había dado cuenta -contestó él.


Ella levantó la cabeza y lo miró un momento. No se estaba riendo, no sonreía, no se burlaba de ella. Su expresión era normal, sincera.


-Estás mintiendo -lo acusó Paula.


Él se metió una mano en el bolsillo y sacó un pañuelo. Le hizo volver la cabeza y enjugó sus lágrimas.


-¿Te parece?


-Claro que estás... -su voz se suavizó-. Cualquier chica se daría cuenta.


-Bueno, gracias a Dios tú no eres cualquier chica -contestó él-. Ven, déjame ayudarte.


Pedro movió los brazos. Volvió a poner una mano en sus piernas, a la altura de la rodilla y la otra en medio de la espalda, y entonces la levantó y la llevó al sofá. Luego se sentó y ella se quedó sobre su regazo como si aquello fuera lo más natural del mundo. Los brazos de Paula volvieron a rodearlo por el cuello. 

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