lunes, 9 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 49

 –¿Estás bien? –le preguntó a Pedro.

 

–Bueno, parece que ya puedo respirar. ¿Y tú?

 

–He estado mejor, pero al menos está desapareciendo el dolor más rápidamente que otras veces.


 –Ha sido...

 

–Un error –terminó ella por él–. Pero no te preocupes, sé que esto no cambia las cosas.


Pedro no dijo una palabra, se quedó mirándola a los ojos.

 

–Los besos son un hábito para nosotros. Ha surgido de nuevo la oportunidad y quería que me besaras –confesó ella–. Algún día nos acordaremos de esto y nos reiremos.

 

–El caso es que este beso no voy a olvidarlo fácilmente –terminó él.

 

Ella sabía que tampoco iba a olvidarlo, pero por razones diferentes. Se dió cuenta de que estaba metida en un buen lío y que le había afectado más de lo que quería admitir.

 

–Pero no va a suceder de nuevo –le recordó ella.


 –No, claro que no.

 

Pedro se separó de ella y fue hacia la cocina.

 

–¿No ibas a echarte una siesta? Mientras duermes, prepararé la cena.


 –Yo pensaba ir a la cervecería, es la noche de comida mexicana.

 

–Pero si tienes dolores, Paula. Además, ha sido un día muy largo. A mí también me gusta la noche mexicana en la cervecería, pero no me importaría quedarme en casa esta noche.


 –De acuerdo, quédate si quieres. Voy a llamar a Javier, él me llevará.

 

Además, no podía arriesgarse a quedarse en casa y que volvieran a besarse.

 

–Muy bien, iremos a la cervecería.

 

–¿Qué? Pero si acabas de decirme que...

 

–He cambiado de idea, ¿De acuerdo? Pero antes, acuéstate un rato –le ordenó Pedro.

 

Le parecía increíble que hubieran estado besándose solo unos minutos antes. Necesitaba una siesta, pero le habría encantado poder hacerlo con él a su lado.




A Pedro siempre le había gustado ir a la cervecería cuando celebraban la noche de comida mexicana. Creía que no había nada mejor que buena comida, excelente cerveza y la compañía de sus amigos, pero era el último lugar donde quería estar esa noche. Agarró el volante con fuerza y giró al llegar a la calle principal, tratando de ignorar el aroma del champú de Paula. Sus besos lo habían empujado al borde del abismo. Había estado a punto de perder el control cuando ella le dió con la escayola. Nunca se había sentido tan aliviado tras recibir un puñetazo en el estómago. Le dolía, pero podía haber sufrido más aún si hubiera continuado besándola. Le parecía increíble también que hubiera perdido la cabeza como lo había hecho esa tarde. En cuanto se imaginó a Paula con Paulson, salió del hospital corriendo para volver a casa. Cuando se trataba de ella, no parecía capaz de controlarse. Era como si sus sentimientos hubieran anulado por completo su sentido común. Pero no había huido de ella como en el pasado. Esa vez había hecho algo aún peor, la había besado. Había muchos coches frente a la cervecería. A pesar del mal tiempo y la nieve, Hood Hamlet se había llenado de turistas.

 

–¿Serán todos escaladores? –le preguntó Paula.

 

–La mayoría sí. Y, si son unos inconscientes y no esperan a que mejore el tiempo, vamos a tener mucho trabajo rescatándolos. Algunas personas piensan que pueden conquistar la montaña, pero ella siempre gana – respondió él mientras estacionaba–. Pregúntaselo si no al novio de Brenda, Diego. Su primo y él se quedaron atrapados por culpa de una tormenta de nieve. Afortunadamente, su historia terminó bien. Como la tuya.

 

–¿A qué te refieres?

 

–A tu accidente en el monte Baker. Los datos podrían haber sido destruidos y tú podrías haber muerto. Pero afortunadamente, tuviste un final feliz. 

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