lunes, 23 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 10

 -¡Bah! -se quejó el niño poniéndose en pie- No es ninguna necesidad que..


-No es necesario que -lo corrigió su tío.


-Sí, eso. No es necesario que gane, como es chica siempre se sienta primero. No es justo.


-Cierto, Nacho -convino su tío-, pero la vida no siempre es justa, ya lo sabes.


Martina volvió a la cocina con las manos chorreando.


-Bien -dijo su tío sujetándole la silla-, y ahora disfrutemos de esta primera deliciosa comida de nuestra nueva ama de llaves.


-Está caliente -avisó Paula sacando la quiche del horno y dejándola en medio de la mesa.


Paula esperaba una respuesta entusiasta, pero en lugar de ello solo hubo silencio. De hecho fue un silencio muy incómodo. Por fin Martina se puso en pie sobre su silla y asomó la cabeza por encima del plato.


-¡Vaaaya! -medio susurró-. ¿Qué es eso?


-Quiche -contestó Paula-. Es francés. Les va a encantar.


-¿Y qué es esa cosa verde que sobresale? -preguntó Nacho sin dejarse impresionar por el aspecto del plato.


-Brócoli -afirmó Paula- A los niños les encanta el brócoli.


-¡Buagh! A mí no.


-Ni a mí tampoco -convino Martina.


Paula se volvió y se quedó mirando al tío Pedro, que escondió la cabeza. Y se rió. Ella sabía que se estaba riendo, a pesar de la expresión solemne de su rostro. No era una expresión sincera. Los niños no podían evitarlo, hacían lo que veían hacer a los mayores. Tendría que haberle dado un sartenazo. Sintió que las manos se le iban instintivamente hacia el mango.


-¡Eh, que yo no he dicho nada! -exclamó el tío Pedro levantando las manos en señal de rendición-. Yo como quiche... aunque el brócoli no es mi verdura favorita.


-¿Pero qué es esto, una familia que come comida basura? ¿Qué les gusta comer? 


-Mantequilla de cacahuete y mermelada -dijo Martina-. Bueno, menos cuando cocina mamá.


-Mamá nos hace sandwiches -añadió Nacho-. De jamón, de queso, de salami... esas cosas.


-Y a veces pizza -añadió el tío Pedro-. Mi hermana cocina muy bien.


Y yo, pensó Paula enfadada. Mucho mejor. Debía dejar aquel estúpido trabajo, marcharse en ese mismo instante y no volver. Debía... hacer sandwiches. La mantequilla de cacahuete, según había averiguado en una primera inspección, estaba en el tercer estante. La mermelada, en la nevera. El pan, en la panera. abrió la puerta del armario, estiró el brazo y se puso de puntillas.


-¡Maldita sea! -musitó entre dientes.


Le faltaban unos treinta centímetros para llegar.


-La banqueta de la cocina está junto a la nevera -dijo el tío Pedro.


-¡Y el bote de las multas por decir palabrotas junto a la panera! - exclamó Martina.


-Claro, pero si fueras un caballero...


Según parecía, no lo era.


-Un duro por cada palabrota -añadió Nacho.


Paula se quedó mirándolos a los tres. 


-Así que se paga una multa pero sin dinero -soltó Paula.


-¿Quieres decir que no tienes dinero? -preguntó Nacho.


-No, no tengo dinero -contestó Hope.


-Bueno, siempre puedes echar un pagaré -sugirió Martina-, Es lo que hace el tío Pedro. Escribe en un papel la cantidad y lo echa a la lata.


Sí, reflexionó Paula. Eso haría. Y, nada más terminar de comer, abandonaría ese estúpido trabajo y los dejaría a los tres con el pagaré. ¡Nada más comer!


-¿Siempre hablas sola? -inquirió el tío Pedro- Estás moviendo los labios como si...


-No es asunto tuyo -soltó Paula-. Hablo sola, mucho. Soy la única persona que me entiende. 


Fue difícil adivinar la respuesta de Pedro. Paula hubiera jurado que había dicho algo así como: «Ya lo creo», pero, ¿Por qué iba a ser tan impertinente, y por otro lado tan amable como para levantarse y sacar la mantequilla del tercer estante? Confusa, sacó todos los ingredientes y comenzó a preparar sandwiches.

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