lunes, 2 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 35

 Fue un alivio ver cómo se sentía. A él le pasaba lo mismo.

 

–Lo entiendo –admitió–. Sé que te será muy extraño tener que estar aquí. Para mí también.

 

–¡Qué bien! Bueno, lo que quiero decir es que me alegra que te sientas igual.

 

–Pero somos adultos. Podemos manejar esto sin problemas.

 

–Además, no tenemos otra elección, al menos hasta que esté lista para volver a Bellingham. Y, si las cosas se ponen demasiado raras, podemos hablarlo.


A Paula siempre le había gustado hablar de todo y él lo odiaba. Cuando murió su hermano, sus padres y él habían ido a sesiones de terapia para superarlo. Lo ayudaron mucho, pero acabó harto de hablar de sus sentimientos y la terapia no consiguió que se sintiera menos culpable.


 –Claro que podemos hablar –repuso después de un rato al ver que Paula esperaba su contestación–. ¿Puedo mirar ahora tu incisión?

 

–Supongo que sí –le dijo ella bajando la manta–. Después de todo, ya lo has visto antes...


Lentamente, le levantó el camisón. Los moretones comenzaban a desvanecerse. Se fijó en las braguitas naranjas con lunares negros y en la curva de su cadera. Trató de calmarse y de concentrarse en lo que estaba haciendo, pero le temblaba la mano. Miró la gran incisión en el abdomen, la de su esplenectomía de urgencia.  No era la primera vez que veía su cuerpo, pero le encantaba volver a hacerlo. Tragó saliva, tenía que concentrarse.  La piel alrededor de los puntos no estaba más roja de lo que lo había estado en el hospital. Tampoco parecía haber ningún tipo de infección. Puso la mano en su estómago. La piel no estaba demasiado caliente, era perfecta, suave y sedosa.

 

–Está todo bien –le dijo–. ¿Tienes hambre?

 

Paula asintió con la cabeza.


 –Eso es buena señal –murmuró bajándole el camisón–. ¿Ha ido disminuyendo el dolor desde la operación?

 

–Sí, al menos hasta que tosí.

 

–Es normal. La próxima vez que tengas que toser, pon una almohada sobre la incisión –le dijo–. Ahora, tienes que levantarte y caminar un poco.


Eso debería aliviar el dolor.


 –Pero es demasiado temprano. ¿No deberías dormir un poco más? Trabajas esta noche.

 

–No pasa nada, me echaré después la siesta. 


–¿Estás seguro?

 

–Sí.

 

Le gustó que se preocupara por él. Tomó sus manos y la ayudó a levantarse.

 

–¿Te cuesta respirar?

 

–No.

 

–A ver cómo te sientes al caminar.

 

Paula se movía lentamente y con cuidado para no caerse.

 

–Mejor, un poco mejor –le dijo ella.


Se fijó en sus largas piernas, en las curvas de sus pantorrillas y en los tobillos.

 

–Lo estás haciendo muy bien –la animó él.


 –Debo de tener un aspecto horrible –comentó Paula saliendo de la habitación.

 

–Por supuesto que no –le dijo él–. ¡Cualquiera diría que te estás recuperando de una mala caída, una fractura y dos operaciones!

 

Paula lo miró por encima del hombro con los ojos llenos de esperanza.

 

–¿Crees que podría ducharme?


 En cuanto lo oyó, se la imaginó desnuda, no pudo evitarlo.

 

–Sí. Aunque tendré que envolverte la escayola con algo.

 

–Es lo que hacía la enfermera en el hospital –le dijo Paula con una sonrisa de alivio–. Pero puede que tengas que ponerme tú un poco de champú en la mano izquierda. 


Pensó que también podía meterse con ella en la ducha y lavarle el pelo. Le atraía la idea de enjabonarle todo el cuerpo, pero no podía dejarse llevar por ese tipo de pensamientos. Le estaba resultando demasiado fácil pensar en ella como si fuera su esposa y no estuviera a punto de divorciarse de ella. Sabía que Paula no quería seguir casada y él también deseaba seguir adelante con su vida. Era algo que tenía muy claro, casi todo el tiempo.


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