miércoles, 23 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 36

–Supongo que lo has dejado suficientemente claro –dijo él.

–No puedo permitirme una complicación como esta, Pedro. Ahora no. Acabaría con mi carrera laboral.

–Un poco dramático, ¿No crees? Solo te he invitado a cenar, no a practicar sexo en el patio del colegio durante el recreo.

Paula se sonrojó, pero mantuvo su posición.

–No puedo permitírmelo –repitió–. Supongo que lo entenderás. Soy perfectamente consciente de que, cuando los de la junta del colegio me contrataron, algunos protestaron por contratar a una forastera, además de una divorciada. Todavía no he tenido tiempo para demostrar mi valía. Si tuviera algo contigo, los padres y los miembros de la junta me etiquetarían para siempre. Aquellas voces que hablaron en mi contra se rebelarán de nuevo. Estoy intentando construir una nueva vida aquí para mí y para mis hijos. No puedo hacer nada que pudiera poner en peligro eso.

Pedro quería contradecirla, pero, antes de que pudiera dar forma al torrente de palabras que se acumulaban en su mente, sonó el timbre y, un instante después, Leandro apareció en la habitación sin esperar a que le abrieran la puerta. Lucía se despertó de golpe y emitió un ladrido de bienvenida.

–Siento haber tardado más de lo planeado –dijo Leandro quitándose el abrigo y tomando al cachorro en brazos.

Parecía ajeno a la tensión que había en la sala, hecho que Pedro contempló con gratitud. No estaba de humor para otro sermón. Por otra parte, no le habría importado poder lanzarse contra algo en ese instante, y Leandro le parecía un objetivo bastante apropiado. La única desventaja a eso sería tener que enfrentarse a la ira de Mariana Cruz Alfonso, que le daba más miedo que su marido.

–Caroline decidió que no podía esperar a poner su árbol, de modo que hemos estado ayudándola a decorarlo y he perdido la noción del tiempo –prosiguió Leandro.

–No tenías por qué regresar –dijo Paula–. Estoy perfectamente bien, te lo prometo, y lista para irme a casa.

Leandro la observó, y algo en su tono o en sus rasgos hizo que mirara a Pedro con severidad. Éste le devolvió la mirada, odiando el hecho de que Leandro pudiera hacerle sentir como si tuviera dieciséis años otra vez.

–Ha estado durmiendo casi todo el tiempo. Se ha despertado hace apenas quince minutos –dijo.

Leandro le mantuvo la mirada durante unos segundos y luego volvió a mirar a Paula.

–Bien. Descanso es justo lo que te recomendaría. Durante los próximos días, tómate las cosas con calma. Al principio te sentirás un poco como si te hubiera atropellado un autobús, pero eso durará solo un día o dos.

–De acuerdo. Estoy deseando que llegue –dijo ella, haciendo que Leandro sonriera.

–Mariana y yo te llevaremos a casa. Ya tenemos que marcharnos, de modo que te podemos dejar sin problemas.

Pedro estuvo a punto de protestar y decir que prefería ceñirse al plan original. Pero se dió cuenta de que sonaría ridículo y optó por mantener la boca cerrada.

–Gracias –dijo ella sin mirar a Pedro. Consiguió evitar su mirada mientras Leandro la ayudaba a ponerse el abrigo y la conducía hasta la puerta.

Pedro pensó que iba a marcharse sin decirle nada, pero, antes de salir por la puerta, se dió la vuelta y dijo:

–Gracias por invitarnos hoy. Mis hijos se lo han pasado muy bien.

Sus hijos. No ella.

–Siento que haya tenido que acabar así –dijo él.

–Yo también –contestó Paula en voz baja, y ambos supieron que no estaban hablando del accidente en la nieve–. Adiós.

Pedro se quedó en el porche mientras Leandro la conducía hacia su coche. Durante un largo rato después de que el coche desapareciera por la colina, se quedó de pie preguntándose por qué sería él el que se sentía como atropellado por un autobús.

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