lunes, 21 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 33

-Siento todo esto –le dijo Paula a Leandro cinco minutos después mientras la examinaba tras echar a Pedro y a Nicolás de la habitación–. Me siento como una idiota.

–No te preocupes. No eres la primera persona a la que le pasa esto. Creo que todos nos hemos caído por la colina. Incluso Pedro se rompió la clavícula cuando tenía más o menos la edad de Melina. Supongo que no te lo ha contado, ¿Verdad?

–No. No lo ha mencionado.

–Vió unos tableros en televisión y pensó que podría intentarlo.

–Oh, no –murmuró ella.

–Exacto. No teníamos equipamiento, claro, de modo que improvisó con una pieza de madera que encontró en el establo. Tuvo suerte de romperse solo la clavícula.

Paula sonrió, aunque en realidad no quería hablar de Pedro. No podía quitarse de la cabeza el recuerdo de despertarse y ver que la estaba examinando. En su estado semiinconsciente, había estado a punto de rodearlo con los brazos y apretarlo con fuerza. Había tenido infinidad de sensaciones mientras su mano examinaba sus costillas. Suspiró y Leandro le dirigió una mirada de curiosidad mientras le apretaba el hombro.

–¿Te duele ahí?

–No. Lo siento.

–Bueno, no veo que se te haya roto nada. Tienes un chichón y me temo que una conmoción, pero quiero vigilar ese dolor de cabeza durante la próxima hora. Quiero que te quedes aquí durante un rato para poder controlar tu cabeza, ¿De acuerdo?

–He sido un estorbo.

–No es cierto, te lo prometo. No quiero que conduzcas hoy, de modo que tu padre se va a llevar a Nicolás y a Melina a casa. Vendré dentro de una hora a ver cómo estás. Si te sientes mejor entonces, Pedro te llevará a casa.

–Ya estoy bien.

–Seguro que sí. Pero tienes que hacerme ese favor, ¿De acuerdo?  Es cosa de médicos. No quiero dejar que te vayas demasiado pronto y que me despiertes a mitad de la noche porque tengas complicaciones. Descansa, ¿Quieres?

Paula asintió y cerró los ojos, sintiendo un súbito alivio a su dolor. Se despertó un rato después y vio que la habitación estaba a oscuras salvo por el fuego y una lámpara de pie encendida junto a la chimenea. La luz de la lámpara iluminaba a un hombre increíblemente atractivo sentado en un sillón junto al fuego, con una revista abierta sobre su regazo y un cachorro tumbado a sus pies. Él levantó la vista pronto, como si hubiera sentido su mirada. Cuando vió que tenía los ojos abiertos, le dirigió una sonrisa y Paula sintió un vuelco en el corazón.

–¿Qué tal la cabeza? –preguntó Pedro en voz baja.

–Mejor, creo. Todavía me duele un poco, pero creo que sobreviviré. Puedo asegurarte que tardaré en volver a subirme a un trineo. ¿Ha vuelto tu hermano? –preguntó mientras se incorporaba.

–No, dijo que vendría a las seis y son menos cuarto. Has estado durmiendo cuarenta y cinco minutos.

–Creo que ya estoy bien para irme. Simplemente quiero irme a casa. Seguro que mi padre y mis hijos están preocupados por mí, y ya he sido suficiente molestia para tí y tu familia.

–¿Tienes hermanos mayores? –preguntó Pedro dejando la revista sobre una mesa y mirando a Paula con severidad.

–No. Soy hija única.

–Ah. Entonces no tienes ni idea de lo que tendría que soportar si desobedeciera las estrictas órdenes de mi hermano y te llevase a casa antes de que pudiera examinarte la cabeza otra vez. Simplemente cumplo órdenes.

–¿Siempre haces lo que tus hermanos te dicen? –preguntó ella.

–Casi nunca –contestó Pedro riéndose–. Pregúntales. Pero, en esta ocasión, no pienso correr riesgos. Si Leandro piensa que deberías descansar hasta que vuelva a verte, entonces será lo que harás.

–Todo este alboroto para nada.

–¿Nada? No sabes lo horrible que fue verte salir disparada y aterrizar en el suelo. Llevo toda la tarde recordándolo.

–Debió de ser todo un espectáculo, ¿Verdad?

–Te doy un ocho por la ejecución y un diez por la creatividad. Me temo que tu aparatoso aterrizaje ha hecho que descienda tu puntuación global.

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