lunes, 14 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 16

¿Cómo iba a encasillarlo como mujeriego si mostraba tanta preocupación por el bienestar de su hija?

–Está bien. Cuando regresamos a casa, su respiración era casi normal. Tras ponerle la mascarilla, fue mejor.

–Bien. Espero que lo de hoy no te desanime para llevarla al rancho otra vez. Es bien recibida con Nicolás cuando quiera. Las dos lo son.

–Gracias. Pero seguro que lo último que necesitas estando tan ocupado es una niña de nueve años alborotada.

–Me gustaría que volviera. Me gustaría que las dos lo hicieran. Las chicas guapas siempre son bien recibidas en Cold Creek.

Paula no podía soportar aquel flirteo, sobre todo sabiendo que no lo decía en serio, que solo era un juego para él. No podía estar seriamente interesado en una directora de colegio de treinta y seis años, estresada, sin apenas pecho y con ciertos toques grises en el pelo, que solo conseguía disimular con la gracia de Dios y de un buen peluquero. No estaba interesado en ella, y no tenía por qué sonreírle como si lo estuviera.

–¿Te pasas las noches en vela pensando esas frases o se te ocurren sobre la marcha?

–¿Cómo? Pensé que solo te estaba ofreciendo una invitación.

Paula suspiró y dijo:

–Mira, has sido increíblemente comprensivo con respecto a Nicolás. Si hubiera sido yo, no creo que hubiera sido tan magnánima. Va a estar trabajando para tí durante unos meses y supongo que, en ese tiempo, nos veremos con frecuencia, así que vamos a aclarar esto.

–Soy todo oídos.

–No tengo interés en que me seduzcan –dijo ella secamente.

–¿Es eso lo que crees que estaba haciendo?

–¿Acaso no es cierto? –no le dio opción a contestar–. Ni siquiera pienso que seas consciente de ello, porque va en tu naturaleza. El flirteo, las sonrisas. Incluso aunque no te sientas atraído por una mujer, algo en tu sangre te incita a conquistarla, a encontrar su punto débil y a aprovecharte de eso hasta que se rinde a tu encanto como cualquier mujer.

Pedro la miró, obviamente sorprendido por aquel súbito ataque. Paula oyó su propia brusquedad y se horrorizó al comprobar que no podía controlar las palabras. Lo único en lo que podía pensar era en Vanina Barnes lloriqueando porque Pedro no la había llamado y en Fernando diciendo mentiras y promesas cuando ya se acostaba con otra mujer y planeaba abandonar a sus hijos.

–Es diferente si un hombre está genuinamente interesado en una mujer –prosiguió Paula–. Si realmente quiere conocerla, si siente algo de atracción por ella y quiere seguir hacia delante. Eso es una cosa. Pero tú no estás interesado en mí. Los hombres como tú seducen simplemente porque pueden.

–Esa es una acusación muy mordaz, sobre todo puesto que me conoces desde hace menos de un día. Pensé que las buenas profesoras y directoras no se aventuraban en juicios precipitados.

–Tienes razón. Claro. Lo siento mucho. Ha sido completamente inapropiado. No me aventuraré en juicios precipitados siempre y cuando te abstengas de intentar añadirme a tu lista de conquistas.

Antes de que Pedro pudiera contestar, Paula abrió la puerta del todo como señal de que era hora de que se fuera. Entró un viento frío, envolviéndola como una niebla maliciosa, aunque sabía que no sería suficiente para llevarse el acaloramiento que sentía.

–Gracias de nuevo por traer de vuelta a Nicolás. Me aseguraré de que tome el autobús el martes para volver al rancho.

Pedro la miró seriamente, como si hubiese muchas más cosas que quería decir, pero finalmente se dio la vuelta y salió a la calle.

 Paula cerró la puerta y se quedó apoyada contra ella, con las manos apretadas. ¿Cómo había permitido que la agitara tanto? Pedro no había hecho nada. No realmente. De acuerdo, había flirteado un poco, pero ella siempre había sido capaz de soportar algo así. ¿Cómo iba a volver a verlo después de haberlo acusado de intento de seducción? Simplemente tendría que ser fría y educada. Se mostraría agradecida por lo que estaba haciendo por su hijo, pero distante con respecto a cualquier otra cosa. Estaba segura de que podría mantenerlo a una distancia prudencial, sobre todo después de haberle dicho esas cosas. Mantenerlo alejado de su cabeza era otra historia bien distinta.

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