miércoles, 16 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 21

Estacionó detrás de una furgoneta plateada. Casi como si hubiera estado de pie junto a la ventana observándolos, Pedro salió de la casa un instante después para recibirlos, acompañado de dos cachorros que jugueteaban entre sus pies. Tenía que admitir que era una imagen impactante, aquella figura fuerte y masculina rodeada de cachorros juguetones. Sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el tiempo, y se preocupó al comprobar que ni siquiera la presencia de su padre y de sus hijos era suficiente para disminuir ese efecto. Respiró profundamente. Era dura; podría con eso. ¿Qué dificultad podría tener resistirse a un hombre durante un día? Recibió la respuesta en su mente cuando Pedro abrió la puerta del coche y le dirigió una amplia sonrisa.

–¡Han venido! Pensé que la nieve los detendría.

Paula murmuró algo a modo de respuesta y se sintió aliviada al ver que Pedro centraba su atención en el resto de los ocupantes del vehículo.

–Hola, Melina. Nicolás. Señor Chaves.

–Llámame Miguel –dijo el traidor de su padre.

–Miguel. Bienvenidos a Cold Creek. Me alegra que vengan todos con nosotros.

–¿Ese es el hermano de Lucía? –preguntó Melina bajándose del coche para saludar a los perros.

–Claro. Este es Linus.

–¡Son tan monos…! –exclamó la niña.

–Estamos casi listos para irnos –dijo Pedro–. Les estaba echando a los trineos un último vistazo. Miguel, estás más que invitado a subir con nosotros a la montaña. O, si lo prefieres, mi madre y mi padrastro se van a quedar con nuestros vecinos, Viviana y Guillermo Cruz, para jugar junto al fuego una feroz partida de gin rummy mientras los demás nos helamos para conseguirles un árbol de Navidad.

–Esa sí que es mi idea de diversión –dijo Miguel.

–Vamos dentro. Los presentaré a todos.

–¿Vamos a ir en caballo a buscar los árboles de Navidad? – preguntó Melina.

–Lo siento, cariño, pero nos llevaría todo el día hasta allí arriba con los caballos. Normalmente vamos en moto de nieve. Es más rápido así. Pero Camila y tú podrán montar por aquí después, cuando regresemos de la montaña.

Una vez dentro de la casa, Paula se sorprendió por lo acogedora que era. El fuego estaba encendido en la chimenea y la casa olía a manzana y a canela, mezcladas con el olor a madera quemada. Pese a su tamaño, con los techos altos y los ventanales que daban a las montañas, la casa le pareció más cómoda que pretenciosa.

–Estamos esperando a Leandro y a Mariana –dijo Pedro–. Han tenido una emergencia en la clínica, pero llamaron hace unos minutos y dijeron que estaban de camino. No tardarán. Quitaos los abrigos y venid a conocer a la gente.

Paula obedeció, y pasó unos segundos recopilando todos los abrigos para entregárselos a Pedro. Por un momento, sus brazos se rozaron y sintió la fuerza bajo el tejido de su abrigo. Deseó que nadie más, en especial Pedro, hubiera notado que se había quedado sin respiración al tocarlo. La cocina era tan acogedora como la sala de estar, pero a una escala mayor. Pintada de color amarillo, era espaciosa y luminosa, con electrodomésticos blancos y una enorme mesa de pino llena de gente. Se sintió invadida por el ruido, pues todos parecían tener algo que decir para recibir a los recién llegados.

Nada más entrar, Camila, la amiga de Melina e hija de Federico, saltó de la silla y corrió hacia Melina. Se abrazaron como si llevaran meses sin verse, en vez de un día, antes de desaparecer corriendo. Miguel se sentó en la silla vacía de Camila y comenzó una conversación con un hombre de aspecto distinguido y una mujer que Paula reconoció como Ana Zolezzi, la madre de Pedro. Durante unos segundos incómodos, Paula y Nicolás se quedaron alejados de la muchedumbre y ella experimentó un momento de compasión hacia su hijo. A ella siempre le había costado conocer gente, aunque se había visto obligada a superarlo mediante quince años de trabajo como educadora. Nicolás era muy parecido a ella en ese aspecto.

–¿Conoces a alguien? –preguntó Pedro desde detrás de ella.

–No. La verdad es que no.

Pedro se ocupó de presentar a su madre y a su padrastro, Enrique. Viviana y Guillermo Cruz la recibieron entusiasmados. Le presentó al hombre que estaba jugando con los cachorros, el veterinario Daniel Summers, y a su mujer, Lorena.

–Mi hermano Federico está fuera echándoles un vistazo a las motos, y ya les he dicho que Leandro y Mariana vienen de camino. No sé dónde está Brenda.

–Justo aquí.

Paula se dió la vuelta y vió a Brenda Alfonso entrar en la cocina, serena, feliz y extremadamente embarazada. La había visto en algunas funciones escolares y sabía que estaba casada con Federico, el hermano mayor de Pedro, y que era la madrastra de los tres hijos que Federico tenía de su anterior matrimonio, que, según palabras de Diana, había terminado con la trágica muerte de la esposa tras dar a luz a su hijo pequeño.

–Nicolás, ¿Te gustan las galletas? –preguntó Brenda.

–Claro –dijo el chico, alcanzando una.

Estaba dándole el primer mordisco cuando oyeron ruidos en la puerta. Paula se giró y vió a una chica rubia, más o menos de la misma edad que Nicolás, entrar en la cocina de la mano con Tomás y Joaquín Alfonso.

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