lunes, 7 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 2

Era un gamberro, nada más. El chico tras el volante era delgado, de pelo negro, de unos quince años, tal vez dieciséis. Miró hacia la izquierda y, al ver la enorme furgoneta a su lado, pareció muerto de miedo. Pedro bajó la ventanilla, deseando poder alcanzar al chico y retorcerle el cuello.

–¡Frena! –gritó a través de la ventanilla, incluso sabiendo que el chico no podría oírlo.

Más tarde se dió cuenta de que debía de parecer Fredy Kruger o el tipo de La matanza de Texas, y debería haber imaginado lo que ocurriría después. Si hubiera estado pensando con claridad, habría afrontado el asunto de otra manera y se habría ahorrado muchos problemas. Aunque el ladrón no pudiera oír las palabras de Pedro, el mensaje quedó claro. El chico le dirigió otra mirada asustadiza y giró el volante hacia la derecha. Pedro maldijo en voz alta al oír el sonido del metal cuando el descapotable golpeó una señal que había a la derecha. Como consecuencia, el chico entró en pánico y giró de golpe hacia la izquierda y cruzó la carretera, aterrizando en una zanja de riego. Al menos, estaba vacía en esa época del año. El aire frío de noviembre lo recibió cuando salió de la furgoneta y corrió para asegurarse de que el chico estuviera bien. Abrió la puerta de golpe y disfrutó un segundo al ver cómo el crío se encogía en el asiento, como si pensara que Pedro iba a partirle el cuello con las manos. Le daban ganas de hacerlo, tenía que admitirlo. Sabía que la pintura del coche se habría descascarillado al golpear la señal y que el guardabarros izquierdo estaba abollado por haber golpeado la estructura de cemento de la zanja. Trató de controlar su ira mientras comprobaba que el ladronzuelo no estuviese herido.

–¿Estás bien? –preguntó.

–Sí. Eso creo –la voz del chico temblaba ligeramente, pero le dio la mano a Seth para salir del coche.

Pedro lo observó de arriba abajo y pensó que no debía de tener más de catorce años. Lo suficientemente mayor como para empezar a afeitarse más de una vez al mes. Tenía el pelo más largo de lo que Horacio Alfonso hubiera permitido a ninguno de sus hijos y llevaba unos vaqueros y una sudadera gris unas cuatro tallas más grande con el logo de algún grupo de música que él no conocía. El chico le resultaba familiar, pero Pedro no sabía quién era. Extraño, pues conocía a todos los chicos del pueblo. Tal vez fuese hijo de alguno de los magnates de Hollywood que compraban terrenos para construirse sus enormes ranchos. Tendían a mantenerse alejados de la población, tal vez por miedo a que los valores familiares y la amabilidad de los lugareños se mezclaran con ellos.

–Mi madre me va a matar –dijo el chico llevándose las manos a la cabeza.

–Puede ponerse a la cola –gruñó Pedro–. ¿Tienes idea de la cantidad de trabajo que he invertido en este coche?

El chico dejó caer las manos. Aunque aún parecía aterrorizado, consiguió disimularlo con cierto aire de valentía.

–Te arrepentirás si te metes conmigo. Mi abuelo es abogado y te freirá el trasero si te atreves a ponerme la mano encima.

Seth no pudo evitar reírse, incluso al encajar las piezas e imaginar quién debía de ser el chico y por qué le resultaba familiar. Con un abuelo abogado, tenía que ser el hijo de la nueva directora del colegio. Maral. Morales.  Algo así.

Él no tenía mucha relación con la gente de la escuela, pero Camila había señalado a su nueva directora y a sus dos hijos una noche, poco después del inicio de las clases, cuando Pedro había llevado a sus sobrinos a Stoney’s, la pizzería del pueblo. Su abuelo sería Miguel Chaves, un abogado que se había mudado a Pine Gulch tras la jubilación. Su hija y sus nietos se habían mudado con él cuando el puesto de la dirección del colegio había quedado vacante.

–Ese abogado en la familia probablemente sea de utilidad, chaval – dijo Pedro.

–Estoy muerto –contestó el chico llevándose las manos a la cabeza nuevamente.

No estaba seguro de por qué, pero Seth se sorprendió al sentir compasión por el chico. Recordaba muy bien el infierno de esa edad. Las hormonas disparadas, las emociones del revés. Demasiada energía y muy poco que hacer con ella.

–¿Voy a ir a la cárcel?

–Has robado un coche. Es un crimen muy serio. Y eres un conductor pésimo, lo cual es peor, desde mi punto de vista.

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