viernes, 25 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 43

Se quedó frente a la puerta sintiendo los nervios por todo el cuerpo, hasta que decidió que aquello era ridículo. Solo era un hombre, por el amor de Dios. Solo un hombre que probablemente estuviese roncando en ese momento. Aun así, se sintió un poco como Pandora abriendo su caja mientras abría la puerta del dormitorio. Pedro tampoco estaba allí. Su cama estaba como la había dejado esa mañana. Completamente desconcertada, Paula regresó a la cocina. Él tenía que estar en alguna parte de la casa. Estaba a punto de ir a ver si habría descubierto la habitación de invitados del sótano cuando oyó un sonido al otro lado de la puerta que conducía al garaje y luego un murmullo. Por primera vez, advirtió un destello de luz bajo la puerta. Frunció el ceño. ¿El garaje? ¿Qué diablos estaría haciendo Seth en el garaje a las cuatro y media de la mañana? Abrió la puerta y se estremeció cuando el aire frío la golpeó. Primero oyó un silbido, una melodía que no reconocía. Siguió el sonido y estuvo a punto de tropezar en los dos escalones que conducían al garaje al ver lo que allí había. El capó de su coche estaba abierto y Pedro estaba inclinado sobre él tratando de arreglarlo. ¿Por qué iba a hacer algo así? Algo pareció desatarse dentro de ella, algo preciado, tierno y aterrador, y se llevó la mano a la boca, conmovida como estaba. Debió de emitir algún sonido, porque los silbidos cesaron y Pedro levantó la cabeza por encima del capó. Cuando la vió, le dirigió una de sus sonrisas.

–¡Hola! –dijo Pedro alegremente.

Paula no sabía qué decir, perdida en el tumulto de emociones que la embargaban. Al ver que no contestaba, Pedro dejó de sonreír.

–¿Va todo bien con Melina? Fui a verla hace un rato y todo parecía normal, lo juro, o de lo contrario te habría despertado.

–Está bien –dijo Paula–. Sus niveles de oxígeno son normales y acabo de darle la medicación. En cuanto ha terminado, ha vuelto aquedarse dormida.

–Eso es maravilloso –dijo él.

–Pedro, ¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó Paula acercándose a él.

–Me parece que es evidente, ¿No crees?

–¡Son las cuatro y media de la mañana! Deberías estar en casa, en la cama, no en un garaje helado haciendo reparaciones.

–No es nada. Simplemente no quería que estuvieses atrapada aquí mañana si tu padre no consigue llegar desde Jackson por el tiempo. En cualquier caso, ya casi he terminado. Vamos a ver si funciona.

Se sentó tras el volante y metió la llave en el contacto. El motor se encendió al instante.

–Por supuesto –murmuró ella. Como todas las demás mujeres a las que ese hombre tocaba.

–Ya está –dijo Pedro saliendo del coche–. Listo.

–¿Qué le pasaba?

–Corrosión en los cables de la batería. Simplemente los he limpiado un poco con bicarbonato y agua. Pero luego descubrí por la pegatina del parabrisas que tenías que cambiarle el aceite y ví que tu padre tenía más de un litro del grado apropiado, de modo que decidí encargarme de eso también. No es gran cosa.

–Para mí sí es gran cosa –murmuró Paula.

–Me alegro de que ya no estés sin coche –dijo él mientras se limpiaba las manos con un trapo.

–Tienes una mancha en la cara –añadió ella acercándose más.

–Sí, siempre me ensucio cuando trabajo con un coche.

Se la frotó sin mucho éxito. Sin pensárselo dos veces, Paula le quitó el trapo y dió un paso al frente, limpiándole la mancha de grasa que tenía encima de la mandíbula. Segundos después, se dió cuenta de lo que estaba haciendo y paró. Lo miró a los ojos y el calor que vió en ellos pareció encenderla por dentro. Tragó saliva y pensó que podría haber dicho su nombre, pero sus palabras se perdieron bajo el fuego de sus besos.

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