lunes, 28 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 50

Se apiadó de Melina, pero su hija le devolvió el gesto con un ataque por sorpresa. Tras quince minutos, Pedro alzó la bandera blanca o, en su caso, uno de sus guantes.

–De acuerdo. Ya es suficiente. ¡Ya es suficiente! –exclamó poniéndose en pie–. Vamos a congelarnos si seguimos con esto. Sugiero que lo dejemos en empate y volvamos a casa a tomar chocolatecaliente.

Como si lo hubieran planeado, Paula, Nicolás y Melina le lanzaron tres bolas de nieve desde diferentes ángulos.

–Recuerdenme  que no vuelva a meterme con el clan Chaves a no ser que tenga refuerzos –dijo tras contemplar su abrigo empapado.

Paula lo miró y vió el brillo en sus ojos. Y de pronto se sintió como si le hubieran tirado un kilo de nieve en la cabeza. Allí, en el parque del pueblo, la verdad la golpeó como una avalancha, y tuvo que agarrarse al muñeco de plástico para no caerse. Aquello no era una simple atracción física, algo de lo que pudiera alejarse sin consecuencias. Estaba enamorada de él. ¿Cómo había dejado que ocurriese eso? Sabía que no era bueno para ella. Desde el principio, se había dicho a sí misma que le rompería el corazón, pero aquellas semanas habían sido tan maravillosas, que había ignorado las señales de advertencia de su cerebro. Y ahora se había enamorado de un hombre completamente inapropiado que probablemente no hubiera tenido una relación seria en toda su vida.

–Tengo frío, mamá. ¿Podemos irnos a casa? –preguntó Melina sacándola de su estupor.

–Claro, cariño. Vamos –dijo ella obligándose a sonreír.

Cuando llegaron a casa, los niños se fueron a sus respectivas habitaciones para cambiarse de ropa. Probablemente Miguel estuviera en su estudio, pero no salió a recibirla y, por primera vez en mucho tiempo, el silencio entre Pedro y ella fue extraño.

–¿Quieres ponerte algo seco del armario de mi padre? –preguntó ella.

–No. Pondré la calefacción de la furgoneta a toda potencia de camino a casa y me secaré.

–¿Estás seguro?

–Sí. Estaré bien.

De nuevo, volvieron a quedarse en silencio y Paula supo que era el momento de decirle que no podían seguir viéndose. Pero Pedro la interrumpió como si supiera lo que iba a decir.

–Gracias de nuevo por la cena. Estaba deliciosa.

–Oh, de nada. Pedro…

–¿Qué haces mañana?

–No sé. El domingo tengo una cosa del colegio, pero mañana tengo que ocuparme de algunas compras de última hora para los niños. El último sábado antes de Navidad es el día de compras más importante del año, ¿Lo sabías? Mucha gente cree que es el día después de Acción de Gracias, pero no.

Se dió cuenta de que estaba divagando, pero le resultaba imposible controlar la lengua.

–Yo también tengo que comprar –dijo Pedro–. Probablemente me venga bien tu ayuda.

–¿Mi ayuda?

–No he tenido mucha suerte este año con los regalos de mis cuñadas y de Camila y me estoy quedando sin tiempo. Me vendría bien la perspectiva de una mujer. Planeaba ir a Jackson Hole para ver algunos grandes almacenes. Podríamos ahorrar gasolina e ir juntos. ¿Qué te parece?

Paula deseaba decir que sí. Una vez más. Era lo único que deseaba. Unas pocas horas con él. Iría de compras con él y guardaría en su memoria un recuerdo más antes de decirle adiós.

–De acuerdo –dijo antes de cambiar de opinión.

–Te recogeré a las nueve. ¿Te parece bien?

Ella asintió y Pedro se acercó para darle un beso rápido que Paula había estado esperando toda la noche.

–Buenas noches –agregó Pedro dirigiéndole una sonrisa antes de salir de la casa.

Paula cerró la puerta tras él y se quedó apoyada contra ella. Se sentía débil. Débil y estúpida.

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