lunes, 14 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 20

¿Cómo podía hacer que se sintiera tan furiosa y tan culpable al mismo tiempo? Tenía razón. Paula deseaba decir que sí. Melina, por lo menos, se lo pasaría bien. Nicolás diría que era patético, pero tenía la sensación de que también disfrutaría, sobre todo con Pedro cerca. La única razón por la que se resistía a aceptar era porque no estaba segura de si podría resistirse a él. ¿Cómo podría negarles a sus hijos la posibilidad de tener un recuerdo maravilloso solo por su debilidad? Durante dos semanas había intentado ser fría e indiferente con él. Trataba de convencerse de que el pinchazo que sentía cada vez que iba a Cold Creek era acidez tras haber comido en la escuela con los estudiantes. Sabía que no era cierto. A pesar de que él se comportaba de manera educada, amable y nada seductora, su atracción hacia él crecía sin parar.

–¿A qué hora? –preguntó finalmente.

–Probablemente subiremos por la mañana. Como a las once. ¿Te parece bien?

–Claro. Sí.

–Trae a tu padre, si quieres.

–Ah, gracias.

–Asegúrate de llevar ropa de abrigo. Esta noche va a nevar.

Ella asintió y se metió en el coche preguntándose al encender el motor si las temperaturas podrían bajar lo suficiente durante la noche como para que sus hormonas se enfriaran y volvieran al congelador en el que las había tenido metidas los últimos tres años.

Era una mujer de éxito, brillante y lo suficientemente madura para saber lo que le convenía, pensaba Paula a la mañana siguiente mientras conducía hacia Cold Creek por la carretera despejada de nieve. Entonces, ¿Cómo había dejado que Pedro Alfonso la embaucara para hacer eso? Durante la noche, mientras nevaba, había tenido tiempo de sobra para pensar en las ramificaciones de lo que había hecho aceptando la invitación. Un día entero en su compañía. ¿En qué había estado pensando? Fácil. Pensar no era una actividad que practicara mucho cuando Pedro estaba cerca. No tenía más que mirarla para que sus neuronas decidieran irse de vacaciones. Fuera como fuese como había surgido esa excursión, no dudaba de que Nicolás, Melina y Miguel disfrutarían del día. Tenía que tener eso en mente. Mientras conducía, el coche atravesó una zona húmeda y las ruedas perdieron la tracción un poco, pero recuperó el control rápidamente.

–Esa es mi chica –dijo Miguel–. Mira a tu madre, Nico. Dentro de poco tú tendrás que conducir en estas condiciones. Deberías poner atención ahora y seguir el ejemplo.

–¿Eso significa que tendré que gritar como una chica cada vez que pise un tramo helado? – preguntó Nicolás.

–¡Eh! Yo no he gritado –exclamó Paula acaloradamente–. Simplemente ha sido un suspiro en voz alta.

El resto del viaje se desarrolló sin problemas, y Paula quiso pensar que era una buena predicción cuando el sol emergió de entre las nubes al llegar a Cold Creek, iluminando la nieve que lo cubría todo. El camino de grava de los Alfonso había sido despejado, y trató de no imaginarse a Pedro ahí fuera con el tractor, ocupándose de los caminos de su familia y de sus vecinos. No sabía por qué le parecía una imagen tan atractiva. Sería mejor concentrarse en la imagen del rancho cubierto por la nieve.

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