lunes, 7 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 3

–No iba a llevármelo lejos. Tienes que creerme. Solo hasta el pantano y de vuelta, lo juro. Eso es todo. Cuando ví las llaves puestas, no pude resistirme.

¿Realmente se había dejado las llaves puestas? Pedro miró dentro del coche y allí estaban. ¿Cómo había ocurrido? Recordaba haber llegado a casa de su madre para la cena de cumpleaños y luego había salido corriendo del coche al ver cómo Lucía comenzaba a agacharse sobre las alfombrillas del suelo. Tal vez con toda la confusión y con la prisa por encontrar un trozo de césped en el que su cachorro pudiera hacer sus necesidades, se hubiese olvidado las llaves.

–¿Cómo te llamas?

El chico apretó los dientes y Pedro suspiró.

–Será mejor que me lo digas. Sé que tu apellido es Morales y que Miguel Chaves es tu abuelo. Averiguaré el resto.

–Nicolás –murmuró el muchacho tras una larga pausa.

–Vamos, Nicolás. Te llevaré a casa de tu abuelo y luego regresaré con uno de mis hermanos para recoger mi coche.

–Puedo ir andando –dijo Nicolás estirando los hombros y metiendo las manos en los bolsillos de la sudadera.

–¿Crees que voy a dejarte suelto por ahí? ¿Y si resulta que encuentras a otro idiota que se haya dejado las llaves puestas? Entra.

Aunque Nicolás aún parecía beligerante, subió al asiento del copiloto de la furgoneta. Pedro había comenzado a bordear la furgoneta para ponerse tras el volante cuando observó unas luces tras él. En vez de seguir su camino, el ayudante del sheriff aminoró la velocidad y aparcó tras el descapotable. Observó al chico y vió que se había puesto blanco y que respiraba entrecortadamente.

–Relájate, chico –murmuró.

–Estoy relajado –Nicolás levantó la barbilla y trató de parecer calmado.

Pedro suspiró y volvió a cerrar su puerta, observando cómo el ayudante del sheriff bajaba del coche. Antes de verle la cara, supo que la agente tenía que ser Laura Jardine, la única mujer del departamento de policía del pueblo.

Laura lo observó. Su aspecto no distaba mucho del que había tenido en el instituto: atractiva y vivaz, completamente alejada de su idea de un agente de la ley. Aunque aún parecía como si debiera estar agitando sus pompones en el partido de fútbol del viernes por la noche, Pedro sabía que era una policía dura y con dedicación. Imaginó que despertaría más de unas pocas fantasías en el pueblo que implicarían las esposas que colgaban de su cinturón. Pero, dado que su marido era enorme y también estaba en el departamento de policía, aparte de que estuvieran locos el uno por el otro, esas fantasías nunca serían más que eso.

–Hola, Pedro. Me pareció que ese era tu coche. ¡Vaya! ¿Qué ha ocurrido? ¿Has tomado la curva con demasiada velocidad?

–Algo así –contestó Seth.

–¿Estás seguro de que esa es toda la historia? –preguntó Laura tras ver al chico metido en la furgoneta.

Pedro se apoyó contra la furgoneta, inclinó la cabeza y le dirigió una sonrisa.

–¿Le mentiría yo a una agente de la ley, cariño?

–Al fin y al cabo, se trata de tu coche, cariño –dijo ella con una sonrisa, haciéndole saber que recordaba las veces en que habían tonteado bajo las gradas, antes de que Sergio Jardine llegara al pueblo y ella ya no tuviera ojos para nadie más–. Si es así como quieres hacerlo, no discutiré contigo.

–Gracias, Laura. Te la debo.

–Ese es el hijo de la nueva directora, ¿No?

Pedro asintió.

–Hemos tenido unos cuantos encuentros con él en los pocos meses que llevan en el pueblo –añadió Laura–. Nada serio. Infringir el toque de queda, esas cosas. ¿Crees que dejarlo suelto es lo correcto? Hoy es un coche, mañana puede ser el robo a un banco.

Pedro no sabía nada, salvo que no podía delatarlo.

–Por ahora.

–Si cambias de opinión, dímelo. Se supone que tengo que rellenar un informe por accidente, pero fingiré que no he visto nada.

Pedro asintió, se despidió de ella y se montó en la furgoneta. Nicolás Morales lo observó, con sus ojos verdes alerta.

–¿Voy a ir a la cárcel?

–No. Al menos, hoy no.

–¡Genial!

–No te apresures a celebrarlo –le advirtió Pedro–. Un par de semanas en el reformatorio no te parecerán tan malas cuando tu madre y tu abuelo se enteren. Y eso sin hablar de lo que tendrás que hacer para arreglar las cosas conmigo.

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