miércoles, 9 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 10

–¿Quieres que te traiga un vaso de agua o zumo?

Ella asintió y cerró los ojos. Pedro fue a la cocina en busca de un vaso y, por alguna razón, no se sorprendió al ver que Paula lo seguía.

–Gracias –dijo ella con una sonrisa.

–No he hecho nada –contestó Pedro mientras llenaba el vaso de zumo.

–Has sido muy amable con Melina y aprecio que hayas compartido tu situación con ella. Es bueno que hable con adultos que hayan conseguido superarlo y tener una vida normal. Gracias –repitió con otra sonrisa.

Pedro observó esa sonrisa, que iluminaba aquella boca exótica que no parecía encajar con el resto de su apariencia. ¿Qué tenía aquella mujer? No era atractiva de una manera típica. No era alta ni tenía curvas. Era pequeña y compacta; probablemente no midiese más de un metro sesenta. Suponía que era mona, con su pelo rojizo, sus ojos verdes y su nariz chata. No podía decir que tuviese un tipo favorito de mujer, pero normalmente se acercaba al tipo de mujeres que frecuentaban la taberna. Las que llevaban vaqueros ajustados y camisetas más ajustadas, con grandes pechos y sonrisas hambrientas. Paula Morales era lo opuesto a ese tipo de mujer. Mona o no, probablemente no le dirigiese una segunda mirada a una mujer que parecía la típica madre de un barrio residencial. Ella era el tipo de mujer asentada y respetable que los hombres como él tendían a evitar. Y, sin embargo, allí estaban, y Pedro no podía quitarle los ojos de encima. Tal vez no fuera su tipo de mujer, pero le gustaba mirarla. Frunció el ceño al pensar en aquella atracción inesperada y decidió no darle importancia. Nunca haría nada al respecto. No con una mujer como Paula, que llevaba la palabra «complicación» escrita en la frente. Melina tenía mejor color cuando regresaron al salón. Estaba incorporada discutiendo con su hermano, algo que debía de ser buena señal. Aceptó el zumo con una sonrisa tímida.

–Nicolás y yo tenemos cosas que hacer, pero ustedes dos pueden dar una vuelta por aquí hasta que Melina se sienta mejor.

–Creo que ya estoy bien –dijo la niña.

–Debería llevármela a casa para darle la medicación.

–Puedo llevarte al coche si quieres.

–Puedo caminar –dijo Melina negando con la cabeza–. Pero gracias.

Cuando su hija estuvo metida en el coche, Paula se giró hacia Pedro y Nicolás.

–¿A qué hora vuelvo? –preguntó.

–No te preocupes por ello. Iré al pueblo a eso de las cuatro. Para entonces ya habremos terminado, así que llevaré a Nicolás y te ahorraré un viaje. Tú ocúpate de Melina.

–De acuerdo. Gracias –Paula miró a su hijo como si quisiera decir algo más, pero simplemente respiró, se metió en el coche y se marchó.

–¿Vamos a trabajar en el coche o qué? –preguntó Nicolás cuando se quedaron solos.

–Más tarde –contestó Pedro–. Primero tienes unos establos que limpiar. Espero que hayas traído unos buenos guantes, porque los vas a necesitar.

Los catorce eran una edad miserable. A pesar de que ya había pasado más de la mitad de su vida desde aquella edad, era igual de doloroso viendo a Nicolás Morales limpiar el estiércol con la pala.

1 comentario: