miércoles, 23 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 38

Paró la furgoneta frente a la casa y observó que la entrada estaba cubierta de nieve. Habían caído unos diez centímetros desde el mediodía y se preveía más durante la noche.

–Hablaré con tu madre con la condición de que luego me ayudes a quitar la nieve con la pala.

–¿Qué sentido tiene quitarla mientras siga nevando? –preguntó Nicolás–. Me parece más inteligente esperar a que pare y tener que hacerlo solo una vez.

–Aquí va una pequeña lección de la vida, chico. Sé que probablemente esta sea tu primera tormenta importante, así que no lo habrás aprendido todavía. La mayoría de los trabajos son más fáciles si los haces poco a poco. Quitar diez centímetros de nieve tres veces en una tormenta puede parecer un aburrimiento. Pero, confía en mí, es mucho más fácil que esperar a que acabe y tener que manejar la pala con sesenta centímetros de nieve.

–O podríamos mudarnos a algún sitio cálido y no tener que preocuparnos de la nieve.

–¿Qué? ¿Y perdernos todo esto? –preguntó Pedro abriendo la puerta y dejando que la nieve se colara en el vehículo.

Los dos caminaron por la acera hacia la casa, dejando sus huellas en la nieve. Pedro observó el árbol de Navidad colocado junto a la ventana, pero las luces no estaban encendidas, ni tampoco las del porche. Extraño. Nicolás abrió la puerta delantera y dijo:

–Mamá, estoy en casa –pulsó un interruptor y las luces del árbol se encendieron. Estaba hermosamente decorado, con adornos que parecían hechos a mano–. ¿Mamá?

Segundos después, Paula entró en la sala llevando un abrigo a medio abrochar, un guante en una mano y las llaves del coche en la otra. Parecía alterada y a punto de llorar.

–¡Oh, gracias a Dios! No sabes lo mucho que me alegro de verte – le dijo a Pedro.

–¿Qué sucede?

–Melina. Tiene un ataque de asma. Lleva así media hora y nada de lo que hemos intentado funciona. He llamado a tu hermano y se reunirá con nosotros en la clínica, pero no logro que mi coche arranque.

–Yo te llevaré –dijo él al instante–. ¿Dónde está Melina?

–En la cocina.

Lo condujo hasta allí y a Pedro se le rompió el corazón al ver a Melina aterrorizada y respirando con una mascarilla.

–De acuerdo, cielo. Patrulla antiasma al rescate. Vamos a llevarte a ver al doctor Leandro y todo saldrá bien.

Se sintió abrumado al ver la confianza en los ojos de la niña mientras asentía. La tomó en brazos, con manta y todo, y atravesó la casa en dirección a su furgoneta. Tras dejar a Melina en el asiento y abrocharle el cinturón, ayudó a Paula a subir.

–Solo tengo tres cinturones en mi furgoneta, y no me atrevo a conducir con alguien que no vaya abrochado en estas condiciones –le dijo a Nicolás–. ¿Te importa quedarte aquí?

–No –dijo él con cara de susto.

A pesar de toda su fachada, seguía siendo un niño. Un chico preocupado por su hermana.

–No te preocupes –le dijo Pedro antes de subirse a la furgoneta–. Es dura. Leandro se ocupará de ella y se pondrá bien. Mientras tanto, tu madre y tu hermana probablemente se alegrarían de no tener que caminar por la nieve para entrar en casa cuando regresen.

Nicolás asintió y se dirigió a por la pala que había en el porche.

–Siento mucho todo esto –dijo Paula mientras conducían hacia la clínica–. Estaba a punto de llamar a una ambulancia.

–Olvídalo. Llegaremos antes de este modo.

Cuando Pedro estacionó finalmente frente a la clínica, estaba sudando. Respiró aliviado al ver el coche de Leandro en el estacionamiento. Tomó a Melina en brazos y se dirigió hacia la puerta, protegiéndola de la nieve con su cuerpo. Su cuñada Mariana fue la primera en recibirlos dentro, preparada con el oxígeno y la silla de ruedas. Leandro estaba justo detrás de ella, derrochando la competencia que hacía que todo el mundo en el pueblo confiara en él. Los dos parecieron sorprendidos de verlo allí, pero Pedro no perdió el tiempo en dar explicaciones y dejó a Melina en la silla de ruedas antes de apartarse para dejar que hicieran su trabajo.

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