–Esto es más divertido que sacar nuestro árbol de Navidad artificial, como siempre hacemos –dijo Melina mientras caminaban por la nieve hacia la parte exterior del pequeño bosque.
Pedro olvidó su lujuria por un momento y puso una cara de horror exagerado.
–Artificial. Por favor, dime que no es cierto.
–Sí –contestó Melina riéndose.
–No me digas que es rosa.
–Claro que no es rosa –dijo Paula–. Era un abeto verde de dos metros y medio, con las luces puestas y muy conveniente.
–Eso me huele al petróleo del que está hecho, sin duda. ¿Cómo puedes estar aquí, respirando aire puro, y pensar en la posibilidad de poner un árbol artificial?
–Se lo dimos a la beneficencia cuando nos mudamos. Y ahora estamos aquí, ¿No? Buscando el árbol perfecto. ¡Eso cuenta para algo!
–No sé. Alguien que siempre ha tenido una monstruosidad artificial tal vez no sepa reconocer el árbol perfecto cuando lo vea, ni siquiera aunque el árbol extienda una rama y te golpee con ella en la cabeza.
Paula se detuvo en seco y se quedó mirando un abeto de casi dos metros y medio de altura. Aunque un lazo amarillo atado al tronco indicaba que Pedro lo había seleccionado, en ese momento no veía nada espectacular en él.
–Este –dijo Paula–. Quiero este.
–Aún queda media docena de árboles marcados por ver. ¿Estás segura de que quieres este? – preguntó Pedro.
–Segurísima. Este es perfecto. ¿No creen, chicos?
Melina asintió con el mismo entusiasmo que su madre, pero Nicolás simplemente se encogió de hombros.
–Me parece igual que el resto de árboles que hemos visto hoy – dijo.
–¿Pero qué dices? –exclamó Paula–. ¡Este árbol tiene personalidad! ¡Es genial! El verde es más profundo que los demás, ¿Y no ves cómo todas las ramas parecen perfectas, salvo esa pequeña que mira hacia otro lado?
–Si tú lo dices.
–Es maravilloso. Ojalá en la escuela no tuvieran una política anti incendios que prohíbe los árboles de verdad, o lo pondría junto al despacho.
–Si lo quieres, es tuyo –dijo Pedro tratando de concentrarse en el árbol y de no pensar en la sonrisa entusiasmada de Paula–. Nico, ¿Quieres hacer los honores?
El chico miró la motosierra con deseo evidente, pero apartó la mirada.
–Puedes hacerlo tú.
–Es fácil –dijo Pedro–. Vamos. Yo te enseñaré.
Le mostró a Nicolás cómo encender la motosierra y luego lo ayudó a colocarla en la parte adecuada del tronco. Entre los dos, consiguieron cortarlo en segundos, haciendo que el árbol cayese en la nieve.
–¿Cómo vamos a bajar nuestro árbol por la montaña? –preguntó Melina.
–Leandro lleva un trineo detrás de su moto de nieve –dijo Pedro–. Los ataremos todos encima de ese trineo y Mariana y él los bajarán.
–¿Hemos acabado? –preguntó Nicolás.
–Antes tengo que cortar uno para mí. Dado que son tan buenos eligiéndolos, pueden ayudarme a encontrar el mío. Con mis techos altos, puedo permitirme uno de más de tres metros. Hay que pensar a lo grande.
Caminaron durante unos minutos por el bosque hasta que Paula se detuvo frente a uno que Pedro ya había considerado para su casa desde el principio.
–Chicos, su madre ha nacido para elegir árboles de Navidad. ¡Imaginen todo lo que ha debido de contenerse durante todos esos años de árboles artificiales!
Una vez más, instó a Nicolás a hacer los honores, aunque, en esa ocasión, dejó que el chico manejara la sierra él solo, vigilándolo de cerca mientras lo hacía.
Bien por PP! De a poco la va a ir convenciendo!!
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