lunes, 14 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 18

No era estúpido; siempre se había asegurado de que Lucía estuviera despierta y cerca cada vez que Paula  tenía que llegar al rancho con Nicolás. En ese momento, observaba cómo Melina y ella le lanzaban una pelota al cachorro. El sol de finales de otoño iluminaba su pelo, haciéndola parecer hermosa y suave. La deseaba con una intensidad que seguía desconcertándolo. Melina era la que lanzaba la pelota, de modo que Lucía debía devolvérsela a ella. Pero no parecía entender el mensaje y seguía soltándola a los pies de Paula, para sorpresa de todos.

–Qué tonta. ¿Qué vamos a hacer contigo? –dijo Paula tras varios intentos de enseñar a Lucía.

La tomó en brazos y le acarició la nariz; Pedro tuvo que hacer todo lo posible por disimular el deseo que sabía era visible en su cara. De modo que centró su atención en Melina.

–Eres genial con ella. Deberías pensar en ser veterinaria.

–¡Eso es lo que le dije a mi profesora que quería ser! Escribí una redacción sobre el tema en la escuela. Camila y yo queremos ser veterinarias.

Aquello era una novedad. Por lo que sabía, su sobrina quería ser una reina de los rodeos, pero supuso que Camila cambiaría de opinión cien veces más antes de llegar a los quince.

–¿Sabes qué? –preguntó Pedro–. La próxima vez que el veterinario tenga que venir a ver a los caballos y que sea fin de semana o fiesta, te llamaré para que puedas venir con Camila a verlo. Si a tu madre le parece bien, claro.

A Melina se le iluminó la cara. Si solo pudiera conseguir que su madre lo mirase igual…

–¡Oh, por favor, mamá! –exclamó la niña–. Sería genial ver a un veterinario trabajar con caballos de verdad. No molestaríamos, lo juro.

–Ya veremos –murmuró Paula con esa voz fría y poco comprometedora que cada padre parecía perfeccionar.

Para Pedro, un «ya veremos» era igual a un «no», aunque Melina no parecía compartir su opinión. Parecía pletórica ante la posibilidad. La niña le lanzó la pelota a Lucía una vez más justo cuando Nicolás salía del garaje.

–¿Has terminado de guardar las herramientas? –preguntó Pedro.

El chico asintió y dijo:

–¿Sabes? Creo que el coche tiene ahora mejor aspecto que cuando era nuevo.

–Puede que tengas razón –dijo Pedro riéndose–. No creo que los tipos de Detroit se esmeraran tanto fabricándolo como nosotros arreglándolo.

Nicolás sonrió y levantó su dedo índice vendado, resultado de un pequeño accidente con una pieza de metal.

–Y tenemos heridas de guerra para demostrarlo.

Si Pedro no hubiese estado mirando a Paula, no habría advertido la emoción en su rostro al ver a su hijo.

–¿Qué tal va el trabajo con el coche? –preguntó ella.

Pedro abrió la boca para contestar, pero vió que Paula seguía mirando al chico, de modo que esperó a que contestara.

–Bien –dijo Nicolás.

–Mejor que bien –intervino Pedro–. Ya hemos reparado los daños superficiales y estamos esperando a que llegue el nuevo faro delantero que encargamos. A Nicolás se le da muy bien arreglar el arañazo de la parte derecha.

–No es nada –dijo el chico–. Solo hago lo que me dices.

–Eso es lo que debes hacer –añadió Pedro–. Ahora, si pudiera conseguir que dejaras de poner esos horribles CDs que llamas música, estaríamos mejor.

–Solo porque conduzcas un coche viejo no tienes que escuchar la música que escucha mi abuelo.

–Es blues y rock clásico. Y bien por tu abuelo si escucha a los CCR y a Bob Seger. Quizá entre los dos podamos enseñarte a apreciar la buena música.

Nicolás fingió tener náuseas y su hermana se echó a reír. Pedro tenía que admitir que, a pesar de su rebelión inicial, el chico estaba resultando más fácil de tratar que su madre. Aparte de con el coche, parecía estar reaccionando también ante los caballos. Cada vez que iba al rancho, Pedro ensillaba un caballo para que montara un poco. Al principio no había mostrado mucho entusiasmo, pero, según había ido tomando confianza, la cosa había cambiado. Tenía que admitir que le caía bien el chico. Era listo y trabajaba duro. Aunque seguía adoptando su actitud de tipo duro de vez en cuando, cuando bajaba la guardia lo suficiente como para olvidarse. Sus días favoritos de la semana eran cuando Nicolás iba a ayudar en el rancho, y solo parte de eso tenía que ver con el hecho de saber que probablemente viese también a Paula.

–Cuando lo arreglemos del todo, tendremos que irnos a dar una vuelta a algún sitio para celebrarlo –dijo Seth–. Tal vez podamos ir a Idaho Falls a cenar o algo.

–¿Podemos llevarnos a Lucía? –preguntó Melina.

–Si aprende a comportarse y no se orina en las alfombrillas.

–Es tan mona –dijo la niña riéndose–. Ojalá pudiéramos llevárnosla a casa.

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