viernes, 4 de octubre de 2019

Deseo: Epílogo

El sol de septiembre, con su suave luz dorada, bañaba Casa di Colombe. En la explanada delante de la casa, Paula estaba recogiendo unas hierbas aromáticas para la cena que iba a preparar. Su primer libro de recetas de cocina había tenido tal éxito que la editorial le había encargado otro, aunque en este último la cocina tradicional de la Toscana era lo que iba a influenciar en sus recetas. Levantó la cabeza al oír unas carcajadas y sonrió al ver a su hijo en los brazos de su padre intentando agarrar el agua de la fuente.

–Tranquilo, tigre –murmuró Pedro sujetando bien a su pequeño–. ¡Qué fuerza tiene! Y está decidido a agarrar el agua.

Pedro se apartó de la fuente y Baltazar lanzó un grito de protesta.

–Le gusta salirse con la suya, como a su padre –comentó Paula irónicamente.

Y lo decía por experiencia, acordándose de que diez meses atrás Pedro, imponiendo su voluntad y en cuestión de diez días, había conseguido que se casaran y había arreglado todo para que pasaran la luna de miel en las islas Seychelles. Se habían casado en la pequeña capilla próxima a la granja de sus padres, en Gales. Su padre había sido el padrino de boda y sus siete hermanos con sus respectivas familias prácticamente habían llenado la iglesia. Ella había llevado un exquisito vestido de novia de seda blanco y portado un ramo de rosas color rosa, sus cinco sobrinas habían sido las damas de honor. Recordó la felicidad que había sentido al caminar hacia el altar, donde Pedro la esperaba con un infinito amor reflejado en sus ojos grises, guapísimo con el esmoquin. Pero estaba igualmente guapo en ese momento, con unos pantalones cortos y sin camisa, pensó Paula. Después de haber pasado ya un mes en la Toscana, él estaba muy moreno, y ella no pudo evitar acariciarle el vientre.

–Si nuestro hijo se dignara a echarse una siesta, no me importaría en absoluto llevarte a la habitación para hacerte el amor – murmuró él.

Y en el brillo de los ojos de Pedro había una promesa sensual, una promesa que la hizo temblar de excitación.

–No parece muy cansado –comentó ella tomando a Baltazar en los brazos.

Y le pareció que iba a derretirse cuando el pequeño esbozó la más hermosa de las sonrisas, con un solo diente asomando por las encías. Y le abrazó con todo el amor de su corazón.

–Es maravilloso, ¿Verdad? Resulta difícil creer que haya pasado por el quirófano hace solo tres meses.

No había habido complicaciones durante el parto. Baltazar estaba tan fuerte que los médicos decidieron operarle del corazón cuanto antes. Tras la intervención, el niño había pasado varios días en la unidad de cuidados intensivos, días de agonía para Pedro y ella, pero días en los que el sufrimiento les había unido aún más. Por suerte, Baltazar se había recuperado con una milagrosa rapidez. Y ahora, a los seis meses de edad, era un niño sano, lleno de energía y, desgraciadamente, no dado a dormir mucho.

–A mí me parece que se va a dormir –dijo Pedro con los ojos fijos en el pequeño, que había apoyado la cabeza en el hombro de Paula–. Y cuando se duerma, te vas a enterar de lo que soy capaz.

–¿Me lo prometes? –bromeó ella.

A Pedro la dulce sonrisa de Paula le quitó la respiración. Nunca habría imaginado poder llegar a ser tan feliz, pensó mientras se tragaba el nudo que se le había formado en la garganta. No le cabía ninguna duda de que su mujer lo amaba, y él a ella la adoraba.

–Sí –respondió Pedro con voz ronca, rodeando a su mujer y a su hijo con los brazos–. Te prometo que nunca dejaré de quererte.




FIN

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