lunes, 7 de octubre de 2019

El Seductor: Capítulo 1

Algún gamberro estaba robándole el coche. Pedro Alfonso se quedó de pie en la acera frente a la casa de su madre, olvidando las correas de los cachorros que llevaba en la mano, viendo cómo tres años de sudor, pasión y trabajo se alejaban por la carretera. Hijo de perra. Se quedó mirando el coche durante unos quince segundos, tratando de comprender cómo alguien en Pine Gulch podría tener las agallas de robar su descapotable del 69. ¿Quién en aquel pueblo podría ser lo suficientemente estúpido como para pensar que podría llegar muy lejos sin que nadie se diera cuenta de que no era Pedro quien conducía y diese la alarma? ¿Cómo de lejos pensaba que podía llegar? No mucho, si dependía de él. Había trabajado demasiado duro en su querido coche como para dejar que cualquiera se lo llevara.

–Vamos, chicos. Se acabó la diversión –tiró de las correas y arrastró a los dos cachorros por la acera hacia la casa.

Dentro, los miembros de su familia estaban reunidos alrededor de la mesa del comedor jugando una partida de Risk. Parecía que Leandro y Mariana iban ganando. No era de extrañar, teniendo en cuenta el cerebro estratégico de su hermano mediano y la experiencia militar de su mujer. El clan de los Alfonso estaba distribuido en sus equipos habituales. Leandro y Mariana contra su madre y su padrastro, y contra su hermano mayor, Federico, y su mujer, Brenda, que componían el tercer equipo. Esa era la razón por la que Pedro se había ofrecido voluntario para sacar a los cachorros a pasear. Era un poco deprimente ser el jugador solitario. Normalmente formaba equipo con Camila, pero era un poco triste descubrir que su sobrina de nueve años jugaba mejor que él. La niña estaba en la sala de estar viendo un video con sus hermanos. La única que levantó la cabeza del tablero fue su madre.

–¿Ya han vuelto? ¡Qué rápido! –Ana les dirigió las palabras a los cachorros, no a él. Su madre levantó al cachorro que él le había regalado por su cumpleaños y le acarició la cabeza–. Pero qué bueno eres. ¿Verdad? Sí, claro que lo eres. Dale a mamá un beso de cumpleaños.

–No hay tiempo, lo siento –dijo Pedro secamente.

Ignoró la cara de su madre y se dirigió a por las llaves de la furgoneta de Federico.

–Me llevo tu furgoneta –dijo mientras salía por la puerta.

Federico levantó la mirada con el ceño fruncido y dijo:

–¿Qué?

–No tengo tiempo de explicarlo –añadió Pedro deteniéndose en la puerta–, pero necesito tu furgoneta. Volveré. Mamá, vigila a Lucía por mí.

–Acabo de lavar la furgoneta –gruñó su hermano–. No me la devuelvas llena de barro.

Pedro puso en marcha la furgoneta de su hermano y salió disparado en la dirección en que se había marchado su coche. Si él fuese a robar un coche, ¿Qué carretera tomaría? Pine Gulch no ofrecía muchas rutas de escape. Dirigirse hacia el sur lo conduciría a través de las casas y del pequeño distrito financiero de Pine Gulch. Hacia el este se encontraban las montañas, lo cual le dejaba el norte y el oeste. Decidió arriesgarse e ir hacia el norte, donde la carretera atravesaba los ranchos y las granjas con demasiado poco tráfico como para que alguien advirtiese un descapotable rojo. Debía llamar a la policía y denunciar el robo. Perseguir al ladrón por sí solo probablemente fuese una locura, pero no estaba de humor para ser sensato, no con un coche de treinta mil dólares en juego.  Pocos segundos después, al girar la curva del estanque de Samuel Purdy, divisó un destello rojo más adelante. Con sus trescientos cincuenta caballos, su coche podía alcanzar los doscientos kilómetros por hora sin esfuerzo. Curiosamente, quien fuera que lo hubiera robado, no lo había puesto a más de setenta. El coche circulaba a unos veinte kilómetros por debajo del límite de velocidad y no tuvo problemas a la hora de alcanzarlo, preguntándose si habría alguna banda de ancianos ladrones de coches de la que no hubiera oído hablar. Mantuvo una distancia de dos coches entre ellos. Conocía esa carretera y sabía que, más adelante, se extendía una línea recta durante unos tres kilómetros sin casas. No veía ningún coche acercarse de frente, de modo que se cambió al otro carril para colocarse junto a su coche y poder ver al ladrón.

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