miércoles, 2 de octubre de 2019

Deseo: Capítulo 61

–Paula, qué sorpresa –dijo Pedro fríamente–. No sabía que estabas en Londres. ¿Te has trasladado otra vez a la ciudad o has venido solo de visita?

–Yo...

La frialdad de Pedro la había decepcionado. ¿Era ese el hombre que había hecho apasionadamente el amor con ella, el hombre que había considerado un amigo y con el que había pasado un mes en la Toscana? Por el tono de voz de él, cualquiera diría que eran simplemente conocidos. Aunque quizá solo fuera eso para Pedro. Después de tener una aventura con ella, ahora solo la consideraba una ex amante, una de tantas a quien sustituir. El valor casi la abandonó y medio se volvió para marcharse.

–Bueno, ¿Cómo estás? –Pedro abrió más la puerta y Paula miró hacia el interior de la casa esperando ver aparecer una rubia esbelta.

–Pues... –no, huir no era la solución. Tenía que decirle a Pedro que iba a ser padre–. Estoy bien, pero tengo que hablar contigo; es decir, si no estás ocupado esta noche.

Pedro le lanzó una mirada interrogante.

–No, esta noche no tengo ningún compromiso. Vamos, entra.

La casa le resultó dolorosamente familiar. En el elegante cuarto de estar, miró a su alrededor y se fijó en los helechos que ella había comprado para hacer más acogedora la estancia, estaban muy bien cuidados. Se desabrochó el abrigo, pero no se lo quitó por si él notaba la ligeramente abultada redondez de su vientre. Lo que era una tontería, ya que había ido allí justo para decirle que iba a tener un niño. Sintió la boca seca y se pasó la lengua por los labios nerviosamente. No creía que Pedro fuera a reaccionar peor que Javier lo hizo en el pasado. Sin embargo, lo que quería era que Pedro se sintiera feliz al enterarse de que iba a ser padre. ¿Era una tonta por esperar que quisiera tener ese hijo?

–Supongo que te preguntarás por qué he venido –dijo Paula.

Pedro encogió los hombros.

–Creo que sé por qué has venido.

–¿Sí?

–Sí –Pedro dejó el vaso que tenía en la mano y se acercó a ella con mirada lujuriosa–. Echas de menos lo que había entre los dos y has venido para ver si quiero que vuelvas conmigo. ¿Y sabes una cosa, cara? Estás de suerte, todavía te deseo.

Sí, la echaba de menos, pensó Pedro admitiendo la verdad que había tratado de ocultarse a sí mismo. Y no era solo el aspecto sexual de su relación lo que había echado en falta, sino la encantadora sonrisa de ella, sus hermosos ojos, la suavidad de su voz, su risa y, en definitiva, el placer de su compañía. Incapaz de resistir la tentación de los suaves labios de ella, bajó la cabeza y la besó. Paula estaba tan sorprendida que, sin pensar, respondió al beso. ¡Cuánto le había echado de menos! Y comenzó a temblar cuando él la estrechó en sus brazos.

–Si no recuerdo mal, se puede hacer cómodamente el amor en el sofá –murmuró él–. ¿O prefieres que vayamos a mi habitación?

–No... no... ninguna de las dos cosas. No he venido para eso – respondió Paula respirando con dificultad.

Y al darse cuenta de la facilidad con la que había sucumbido a sus caricias, se apartó de él.

–Pues quién lo diría –comentó Pero burlonamente. ¿Se estaba haciendo de rogar Paula? Se preguntó él con impaciencia al tiempo que agarraba el vaso que había dejado y se acercaba al mueble bar–. ¿Te apetece una copa? Ah, no, se me había olvidado que tú no bebes alcohol. ¿Te apetece un refresco?

–No, gracias –Paula respiró hondo–. De alguna manera, mi alergia al alcohol es el motivo por el que estoy aquí ahora.

Pedro enarcó las cejas, pero no hizo comentario alguno. Haciendo acopio de todo su valor, Paula enderezó los hombros y dijo sin más:

–Voy a tener un hijo.

Pedro se quedó inmóvil durante unos segundos, pero por la expresión se veía que estaba atónito. El silencio estaba cargado de tensión. Por fin, él levantó el vaso y se lo llevó a los labios.

–Felicidades. ¿Era eso lo que querías que te dijera? –su mandíbula endureció–. No has perdido el tiempo, ¿Verdad? Supongo que el padre es alguien a quien has conocido a tu regreso a Gales.

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