miércoles, 13 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 14

Pedro Alfonso siempre había querido formar una familia diferente a la que había tenido. Soñaba con un hogar alegre y caótico, lleno de niños. No quería vivir solo. Tenía el dinero suficiente para asegurarle un futuro confortable a sus hijos, pero lo que más le había importado siempre era que crecieran con sus dos padres, unas personas responsables y cariñosas que no serían tan egoístas como para abandonar a sus propios hijos. No había visto una familia feliz de verdad hasta los diez años. Lo recordaba perfectamente. Había sido en la tienda de comestibles de su pequeña y pobre aldea en el sur de España. Un elegante coche negro se había detenido en el camino y entró en la tienda un hombre de aspecto muy distinguido y rico. Lo habían seguido su esposa y sus hijos. Mientras el hombre le preguntaba al tendero cómo ir a Madrid, Pedro observó a la mujer y a sus dos hijos pequeños. Le pidieron un helado y ella no les gritó ni abofeteó. Se había limitado a abrazarlos y a acariciar su pelo. El hombre sacó la cartera para comprarles los helados. Después, susurró algo a su esposa y rodeó su cintura con el brazo. Se quedó mirándolos estupefacto hasta que volvieron a meterse en su lujoso coche y se alejaron por el polvoriento camino.

–¿Quiénes eran? –había preguntado él.

–Los duques de Quijota. Los he reconocido por los periódicos –le había contestado el viejo tendero muy impresionado por la visita–. Pero, ¿Qué estás haciendo tú aquí? Ya les he dicho a tus padres que no se les fía más.

Lo agarró por el cuello de la chaqueta y sacó de su bolsillo tres barras de helado.

–¿Ibas a robarme? ¡Supongo que no podría esperar otra cosa de alguien de tu familia!

Se había sentido humillado. Tenía hambre y no había comida en casa, pero no los había robado por eso. Le habían echado ese día de la escuela por pelearse, pero su padre no le había preguntado qué había pasado. Se limitó a darle una bofetada. Había estado demasiado borracho para hacer nada más. Su madre llevaba tres días sin pisar la casa. Los chicos de la escuela se habían burlado de él, diciéndole que ni siquiera su madre lo quería. Cuando había visto a esa familia comiendo helados, había tenido la absurda idea de que, si llevaba algo así a su casa, también en su familia se tratarían con cariño. Tiró al suelo los helados y salió corriendo. No paró hasta llegar a casa. Y fue entonces cuando se encontró a su padre…  Pero Pedro prefería no pensar en esas cosas. Miró a su alrededor. Tenía un lujoso coche e incluso chófer. Se le humedecieron los ojos al mirar a su bebé. Solo tenía dos días de edad y dormía tranquilamente en su capazo mientras Sánchez los llevaba a casa desde el hospital. Sabía que su infancia iba a ser diferente, mucho mejor. No iba a permitir que el egoísmo de los adultos destruyera su felicidad. Pensaba protegerla a toda costa y hacer cualquier cosa por ella, incluso seguir casado con su madre. Miró a Paula de reojo. Había creído que ella era la única persona en la que podía confiar, pero ella lo había mentido a la cara durante años. Y no solo a él.

Pocas horas después del nacimiento del bebé, Paula había llamado a su familia para contarles que estaba casada y que había tenido una niña. Se había negado a hablar con su hermana y no había parado de llorar mientras hablaba con su madre. Había sido difícil verla así y, cuando oyó que su padre le estaba gritando, le arrebató el teléfono. Su intención había sido calmar al hombre, pero no lo consiguió. Frunció el ceño al recordar las palabras de Miguel Chaves. Se había dado cuenta de que era un tirano. No le extrañaba que Paula se hubiera acostumbrado a no contarle nada a nadie. Miró de nuevo a la niña y sintió cómo se calmaba su corazón.

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