miércoles, 27 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 42

–¿Te parece bien?

–No quiero que veas a McLinn, pero sí a tus padres y a tu hermana.

–¿Puedo ir a verlos a Dakota del Norte? –susurró ella sin poder creérselo aún.

–No, no quiero que estéis tan lejos de mí, pero yo tengo que estar en Marrakech mañana…

–Así que debo posponer mi visita, ¿No?

 – No –repuso Pedro mientras le levantaba suavemente la barbilla–. Alquilaré un jet privado que recoja a tu familia. Si quieren venir, nos encontraremos con ellos mañana en Marrakech. ¿Qué te parece?

Lo miró sorprendida, sin saber qué decir.

–Así podrás verlos y ellos tendrán la oportunidad de conocerme –le dijo Pedro apartando la vista–. No solo como el multimillonario que posee los yacimientos de petróleo de su pueblo, sino como tu marido y el padre de Olivia. ¿Te parece bien?

–¡Me parece fenomenal! –exclamó ella.

Lo abrazó con fuerza y lo besó una y otra vez. Besó sus mejillas, la frente, la barbilla…

 –¡Pedro, te quiero tanto! ¡Gracias, mi amor, gracias!

Su esposo parecía la escultura de un dios griego. Nunca se cansaba de contemplar su musculoso cuerpo. Las gotas de agua que cubrían su piel bronceada brillaban al sol. La agarró por la cintura para levantarla y ella lo rodeó con sus piernas.

–Esta vez, sí dejaré que me des las gracias… –le susurró Pedro. La besó entonces apasionadamente bajo las palmeras y el cálido sol de España.

Muchas horas más tarde, Pedro contempló a su esposa mientras dormía desnuda en sus brazos. Pasaba ya de la medianoche y se dió cuenta de que deseaba dormir con ella. No solo quería hacerle el amor, esa parte era fácil. Paula le parecía una mujer bellísima y creía que cualquier hombre la desearía en su cama. Recordó la emoción que había sentido su esposa al poder por fin hablar por teléfono con sus padres esa misma tarde. Había estado tan contenta que ni siquiera le había llamado la atención que a sus padres les sorprendiera saber de ella o el hecho de que estuviera viviendo en España. Había habido muchas lágrimas a ambos lados de la línea telefónica y los Chaves habían accedido a tomar el avión que había fletado y a unirse con ellos en Marruecos. Habían pasado las siguientes horas organizando otros detalles del viaje. Paula estaba loca de alegría y, después de acostar al bebé, lo había llevado a la cama con una sugerente sonrisa. Después de hacer el amor, la había sujetado entre sus brazos hasta que se durmió, era algo que hacía siempre. Miró con tristeza a su alrededor. Él también había tratado sin suerte de conciliar el sueño, pero siempre le pasaba lo mismo. Después de hacer el amor, se sentía completamente relajado y en paz, pero el sueño desaparecía en el preciso instante en que cerraba los ojos. Nunca había podido dormir con ninguna de las mujeres con las que se había acostado.

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