miércoles, 13 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 11

Alguien tosió tras ella y rompió el hechizo. Se dió la vuelta y vió a Julio Bleekman, el abogado con el que solía trabajar Pedro.

–Hola, señorita Chaves –la saludó en un tono completamente inexpresivo.

–Hola… –tartamudeó ella mientras se preguntaba qué haría allí.

–Lo tengo todo, señor Alfonso –le dijo el abogado a su ex jefe mientras le entregaba un sobre.

Pedro lo abrió y leyó por encima los documentos durante varios minutos.

–Bien –repuso después mientras se los entregaba a Paula–. Fírmalo.

–¿Qué es eso? –le preguntó ella.

–Nuestro acuerdo prenupcial –le contestó Pedro.

–¿Qué? ¿Cómo puede estar ya listo?

–Le pedí a Bleekman que comenzara a elaborarlo en cuanto hablé con tu hermana esta mañana.

–Pero entonces ni siquiera sabías si era verdad lo del bebé. ¿Cómo podías estar pensando ya en casarte conmigo? –protestó Paula.

–Me gusta estar preparado.

–Sí –repuso ella frunciendo el ceño–. Para asegurarte de que vas a salirte con la tuya.

–Lo único que me interesa es mitigar los riesgos –le dijo Pedro–. Firma ya.

Paula revisó el acuerdo prenupcial. Empezó a leer el primer párrafo. Calculó que iba a tardar al menos una hora en leerlo todo. No sabía qué hacer. Vió la cantidad de dinero que Pedro iba a darle como pensión alimenticia y manutención de su hija.

–¿Estás loco? ¡No quiero tu dinero!

–Mi hija va a crecer en un hogar seguro y cómodo. No quiero que el dinero sea una preocupación – comentó Pedro con impaciencia–. ¿Es que piensas leer cada palabra?

–Por supuesto que sí –repuso ella con firmeza–. Te conozco, Pedro. Sé cómo… No pudo terminar de hablar, se lo impidió el fuerte dolor de otra contracción.

Cada vez eran más fuertes. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba de parto. El bebé estaba en camino. Puso una mano sobre su vientre y exhaló muy despacio.

–¿Qué te pasa? –le preguntó Pedro.

Su voz había cambiado y la miraba con preocupación. Sus ojos volvían a ser cálidos, tal y como los recordaba. El corazón le dió un vuelco en el pecho al verlo así. Podía soportar su frialdad e incluso sus crueles palabras, pero no su preocupación ni su bondad. Tenía un nudo en la garganta y le costaba contener las lágrimas.

–Nada –mintió ella–. Solo quiero terminar con esto cuanto antes.

Tomó el bolígrafo y garabateó su firma en todas las páginas del acuerdo. Le devolvió entonces los papeles y trató de concentrarse en su respiración. Tenía que inhalar y exhalar, inhalar y exhalar… Intentó que el dolor fluyera sin luchar contra él ni tensar los músculos, pero era imposible. Se dió cuenta entonces de que las clases de preparación al parto eran inútiles, no le iban a servir para nada.

–No lo has leído –le dijo Pedro algo desconcertado–. No es propio de tí.

Estaban en medio de la ciudad más bulliciosa del mundo, pero no podía oír ni ver nada.

–Paula, ¿Qué es lo que te pasa? –insistió Pedro mientras le tocaba el hombro. Tenía tantos dolores que no podía hablar.

–Que te odio, eso es lo que me pasa –replicó ella de mala manera.

Se apartó de él todo lo que pudo. Se sintió algo mejor cuando pasó la contracción.

–Acabemos con esta parodia de boda de una vez por todas –le dijo ella yendo hacia las escaleras de los juzgados.

–Está bien –repuso él siguiéndola.

Ya no parecía preocupado. Se le adelantó para abrir la puerta y vió que su mirada volvía a ser dura y fría otra vez. Se alegró. No podía soportar su ternura, ni en sus ojos ni en su voz. Le temblaban las piernas, pero recordó que solo serían tres meses. Después, sería libre.

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