lunes, 18 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 22

–¡Fernando es mi mejor amigo!

–Y tú eres mi esposa.

–¿Cómo es posible que te sientas amenazado por él?

 –¿No lo entiendes? –repuso fuera de sí–. Es el hombre al que amas, en el que confías, con el que ibas a casarte hace dos días y el que intentó convertirse en el padre de Olivia.

–Solo quería ayudarme.

–Llevan juntos muchos años, Paula –le espetó Pedro–. Antes incluso de que te conociera yo.

–¿Qué? –preguntó perpleja.

–En Nochebuena, cuando hicimos el amor, no podía dormir contigo en mi cama –le dijo él.

–Entonces, ¿Por qué no me pediste que me fuera?

 –Decidí salir a dar un paseo y fui hasta tu piso para recoger algunas de tus cosas. Iba a pedirte que te quedaras conmigo. Imagina mi sorpresa cuando ví que allí vivía un hombre.

–Que tú ibas a… ¿Cómo? No entiendo…

–Después de tantos años juntos, pensé que podía confiar en tí. Pero, solo unas horas después de que me entregaras tu virginidad, me dí cuenta de que vivías con tu novio.

Lo miró boquiabierta.

–¿Qué pasa? ¿No se te ocurre nada que decirme? Te has quedado sin palabras, ¿No?

–Fernando no era entonces mi prometido.

–¡Ya basta! ¿Es que nunca dejas de mentir? ¡Lo ví con mis propios ojos!

–Pero si solo hace unas semanas que decidimos casarnos.

–Entonces, ¿Cómo explicas lo que me dijo? O mientes tú o me mintió él.

–Fernando nunca mentiría –susurró ella–. A no ser que…

Se cubrió la boca con la mano. Recordó que habían decidido en el instituto que se casarían el uno con el otro si llegaban a los treinta y seguían solteros. Para ella, había sido solo una broma, pero temía que Fernando se lo hubiera tomado en serio. En cuanto le dijo que Pedro le había alquilado un piso mejor para vivir, su amigo de toda la vida había aparecido en Nueva York con su maleta y sin trabajo. Temió que se hubiera dado cuenta de que estaba enamorada de su jefe y hubiera querido proteger su territorio. Pero le parecía imposible. Estaba convencida de que para Fernando, ella era solo su amiga.

–Creo que no lo entendiste bien. Fernando solo pretendía protegerme, te lo aseguro –le dijo ella–. Nunca ha habido nada entre los dos. Deja que lo llame y te lo demuestre.

–Él está enamorado de tí –repuso Pedro con una mirada heladora–. O me estás mintiendo ahora mismo o estás completamente ciega. De un modo u otro, no dejaré que vuelvas a reírte de mí, no vas a hablar con McLinn. Ni por teléfono, ni por ordenador ni a través de tus padres. ¿Lo entiendes?

No podía creer que estuviera siendo tan irracional, se le llenaron de lágrimas los ojos.

–Pero lo dejé plantado en la calle el día de nuestra boda. ¡Se merece una explicación!

–Te vió conmigo, no necesita ninguna explicación más. Y, si te pones en contacto con él, aunque sea una sola vez, habrás violado nuestro acuerdo.

–Me da igual. ¡Quédate con tu generosa pensión alimenticia! ¡No me importa tu dinero!

–¿Tampoco te importa la custodia?

Se quedó sin aliento al oírlo.

–¿Qué?

 –Deberías haber leído nuestro acuerdo prenupcial con mucho cuidado antes de firmarlo.

–¡Estaba de parto! Cualquier juez anularía lo que tuve que firmar en esas circunstancias.

Le costaba creer que pudiera ser tan cruel con ella. Pero recordó entonces de quién se trataba y se sintió estúpida al haber caído en su trampa una vez más.

–Déjame hablar con él una vez, solo una vez. Puedes escuchar desde otro teléfono, pero necesito disculparme con él –le pidió entre lágrimas–. Cuando pienso en lo que le hice…

–Sí, ya imagino lo mal que te sientes. Después de todo, te metiste en la cama conmigo y concebiste a mi hijo en lugar del suyo. ¡Pero creo que Olivia es más importante que los absurdos anhelos románticos de tu corazón!

Su tono hiriente le desgarraba el alma como el sonido de unas uñas en la pizarra.

–¿Por qué te importa tanto? –le preguntó ella–. Nuestro matrimonio solo durará unos meses. Ni siquiera entiendo por qué querías casarte conmigo. Los dos sabemos que esto no es una familia de verdad y que no puede durar. Te conozco bien y sé que este no es el tipo de vida que te gusta –agregó–. Tienes que estar siempre viajando, superando a tus competidores, comprando cosas que no tienes tiempo de disfrutar y cambiando cada noche de mujer.

–Mis prioridades han cambiado –repuso él con frialdad.

–Puede que sí, pero solo durante unos días. Como mucho, una semana. ¿Cuánto tiempo va a pasar antes de que nos abandones?

–¿Abandonarlas? –repitió furioso–. ¿No serás tú la que dejes a Olivia y te vayas corriendo a los brazos de otro hombre?

–¡Estoy harta de tus estúpidos celos!

–Y yo harto de que me acusen de que nunca podría ser un buen marido. ¡Es una lástima para tí que ese agricultor desempleado no sea el padre de Olivia!

–¡Sí, es una verdadera lástima! –exclamó Paula conteniendo las lágrimas.

Tomó su plato de comida, que no tenía muy buen aspecto, y abrió todos los cajones hasta que encontró un tenedor. Fue después hacia la puerta.

–¡Estos van a ser los tres meses más largos de mi vida! –exclamó antes de salir.

Subió llorando las escaleras para poder comer y llorar en paz con la única persona en ese mundo que aún la quería, su bebé.

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