viernes, 15 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 16

–He oído hablar de tí –le había dicho Miguel Chaves dos días antes–. ¿Esperas acaso que te dé las gracias por hacer lo que tenías que hacer y casarte con mi hija?

–Señor Chaves, entiendo cómo se siente, pero seguro que puede ver…

–¿Lo entiendes? ¡Sedujiste a mi hija! ¡La usaste y te deshiciste de ella! –lo acusó el hombre–. Y, cuando te enteraste de que estaba embarazada, no viniste a pedirme su mano. ¡Te limitaste a llevártela sin más! ¡Me has robado a mi hija!

–He aceptado mi responsabilidad y voy a encargarme tanto de Paula como de la niña.

–¡Responsabilidad! –le había espetado Miguel con desprecio–. Solo puedes ofrecerle dinero. Puede que seas el dueño de casi todo mi pueblo, pero sé qué clase de hombre eres. Nunca podrás ser un buen esposo ni un buen padre.

Y, para su sorpresa, le colgó el teléfono en ese instante. Nadie solía hablarle en esos términos, pero había visto que ese hombre no le tenía miedo. Suponía que Paula le habría hablado de él. Le parecía increíble que hubiera llegado a confiar tanto en ella. La había deseado desde el principio, pero Paula Chaves era una parte esencial en su empresa y en su vida. Por eso había decidido no hacer nada al respecto. Al menos hasta la fiesta de Nochebuena. Recordó lo aburrido que se había sentido. Era su propia fiesta de Navidad y lo rodeaban los ejecutivos de Petróleos Alfonso, los miembros del consejo y sus bellas y jóvenes esposas. Los hombres iban de esmoquin y las mujeres lucían sus mejores galas. Unos hablaban de los pozos descubiertos en Colombia y otros de los últimos caprichos que se habían comprado. No sabía por qué, pero se había sentido de repente perdido, fuera de lugar. Tenía todo lo que siempre había querido. Lo controlaba todo y era fuerte, pero estaba solo. Fue entonces cuando la vió al otro lado del salón. Llevaba un vestido sencillo y modesto. La deslumbraron de repente sus ojos del color de las esmeraldas. Sintió que nada era real ni cálido en ese salón de baile. Y nada importaba. Solo ella. Se había disculpado y despedido rápidamente del hombre con el que había estado charlando. Fue directamente a donde estaba ella y, sin decir nada, tomó su mano y salió del salón. No se resistió cuando vio que la sacaba del hotel. Sin querer esperar a su limusina, había parado un taxi para que los llevara a su casa. Pocos minutos después, estaban en su cama. Allí le había hecho el amor toda la noche, le había arrebatado su virginidad y se había aferrado a ella como si Callie fuera su tabla de salvación. Nunca había sentido nada igual y de esa noche de pasión había nacido un bebé. Tenía una hija y una esposa.

La miró con los ojos entrecerrados. Seguía durmiendo. Miguel Chacves lo había acusado de seducir a su hija, pero creía que era Paula la que lo había seducido a él con su inocencia, con su calidez y con su fuego. Pero se había dado cuenta poco después de que en realidad era una mentirosa y no iba a poder volver a confiar en ella.Lo único que le importaba era su hija. Tenía el cabello oscuro, como él. Había sabido que de verdad era suya antes incluso de que se lo confirmara una prueba de paternidad esa mañana. Le estremecía pensar que, si Delfina no lo hubiera llamado para contarle la verdad, su hija estaría viviendo en Dakota del Norte y Fernando McLinn sería su padre. Aunque estuviera enamorada de otro hombre, le costaba entender que lo hubiera traicionado así. Pero ya no tenía que confiar en ella, para eso había contratado a un detective que le dijera todo lo que necesitaba saber acerca de Paula. No tardaron mucho en llegar a su edificio. Sánchez abrió la puerta del coche y Pedro tomó con cuidado a la niña. Caminó despacio para no despertarla, acunando su cabeza contra su pecho mientras el portero le abría la puerta del edificio. Le asombraba lo pequeña que era la niña. Le parecía muy indefensa y frágil. Tampoco entendía cómo podía quererla ya tanto. Su regordeta y canosa ama de llaves, la señora McAuliffe, lo estaba esperando en el vestíbulo.

–La habitación del bebé está lista –le dijo nada más verlo–. Dios mío, ¡Es preciosa!

 –¿Sabe cómo sostener a un bebé? –le preguntó él.

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