viernes, 1 de noviembre de 2019

El Seductor: Capítulo 58

–Vaya, vaya –dijo él–. ¿Quién habría imaginado que a la directora de la escuela le gusta la ropa interior picante? Creo que escondes muchas cosas. Tienes la piel más increíble que jamás he visto – murmuró mientras hundía la cabeza entre sus pechos–. Clara y suave. Salvo cuando te sonrojas. Entonces me recuerda al color de las fresas. Fresas jugosas que se deshacen en mi boca.

–Me quemo con el sol solo con salir a por el correo. Es la maldición de los pelirrojos.

Olvidó lo que estaba diciendo cuando Pedro le desabrochó el sujetador y se lo quitó. De pronto, no estaba tan segura de que aquello fuese una buena idea. Tenía treinta y seis años y había dado a luz a dos hijos. Llevaba catorce años sin tener el estómago plano y, llegados los treinta, había comenzado a utilizar sujetadores con refuerzo. Se decidió a mirarlo a los ojos, temiendo lo que pudiera ver en ellos. Pero no estaba preparada para la ternura que desprendía su mirada. Lo acercó a su cuerpo y se dejó llevar por la tormenta. Poco después, tras quedar los dos desnudos, Pedro le rodeó la cara con las manos mientras la besaba. Ella lo rodeó con los brazos y se aferró a él mientras la penetraba. Todo su cuerpo pareció emitir un suspiro de recibimiento mientras se arqueaba.

–Me asustas tremendamente –repitió él.

–¿Qué? –bromeó Paula con un gemido, sintiéndose más poderosa que en toda su vida–. ¿Un hombre grande y fuerte como tú tiene miedo de algo tan pequeño como yo?

Pedro respondió penetrándola con más fuerza hasta hacer que todos sus músculos se contrajeran. Paula llegó al clímax abruptamente, susurrando su nombre mientras las sacudidas la embargaban. Él la besó apasionadamente, amortiguando el resto de sus gemidos. Le dió solo unos segundos para recuperarse antes de volver a penetrarla. Para sorpresa de ella, su cuerpo volvió a reaccionar al instante. Pedro respiraba entrecortadamente mientras la tocaba y Paula volvió a explotar en un mar de escalofríos y sensaciones; y, en esa ocasión, él la siguió, devorando su boca mientras llegaba al clímax.

Pedro se despertó en mitad de la noche y se encontró en una cama desconocida con una mujer en sus brazos y el olor a flores mojadas rodeándolo. Paula. Estaban abrazados y ella dormía a su lado. Se giró para mirarla y una extraña ternura inundó su pecho. No estaba acostumbrado a la plenitud que experimentaba con ella entre sus brazos. Era raro para él. Siempre se había sentido un poco incómodo pasando la noche entera con una mujer y se le daba bastante bien encontrar excusas para irse a casa después de hacer el amor. Pero no se le ocurría ningún lugar en el mundo en el que preferiría estar en ese momento que no fuera junto a Paula. Ella seguía dormida. Sentía cómo sus pechos ascendían y descendían y la abrazó con más fuerza. ¿Era aquello con lo que se despertaban sus hermanos todos los días? De ser así, se preguntaba cómo diablos conseguían salir de la cama. De pronto, todos los encuentros sexuales que había tenido previamente le parecían vacíos y sin sentido, y se sentía avergonzado por haber pensado que esas experiencias podrían hacerle feliz. No podía poner nombre a las emociones que sentía en ese momento. Sospechaba qué podían ser, pero no estaba seguro de poder admitirlo por el momento. Volvió a abrazarla y, con el movimiento, Paula se retorció.

–Lo siento –murmuró él–. No quería despertarte.

–¿Va todo bien? –preguntó ella con voz dormida.

Pedro la besó en el cuello y sintió ese temblor tan familiar.

–Oh, mejor que bien. Todo va perfecto.

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