lunes, 11 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 10

–¿Y si me niego? –susurró–. Podría salir del coche, parar un taxi y volver con Fernando.

–Si eres tan egoísta como para anteponer el deseo de estar con tu amante por encima de los intereses de nuestra hija, no tendré más remedio que cuestionar tus aptitudes como madre y pedir ante un juez la custodia completa. Tengo dinero y el mejor despacho de abogados de la ciudad a mi disposición. Perderías.

Sintió otra contracción y esa vez el dolor fue tan profundo y duró tanto que cerró los ojos mientras trataba de controlar la respiración.

–¿Acaso me estás amenazando? –le preguntó ella.

–No, solo te digo cómo van a ser las cosas si te niegas.

–Ya hemos llegado, señor –anunció el conductor mientras estacionaba.

Paula miró por la ventana y vió que estaban frente a los juzgados. Había estado allí el día anterior para pedir una licencia de matrimonio. Le parecía una locura abandonar a su mejor amigo para casarse con Pedro. Pero si se negaba, podía perder a su hija para siempre.

–Entonces… Después del divorcio, ¿Compartiremos la custodia?

–Si me demuestras que nuestra hija te importa más que tu amante y que eres buena madre, seguro que podremos llegar a un acuerdo – le dijo Pedro con una fría sonrisa–. Tienes treinta segundos para decidirte –añadió con más dureza mientras el chófer les abría la puerta.

Se quedó mirándolo con las manos sobre el vientre. Lo que más le importaba era proteger a su pequeña. Nunca se había sentido tan atrapada ni tan enfadada.

–Supongo que no tengo otra opción –susurró con voz temblorosa.

–Ya sabía yo que entrarías en razón –repuso Pedro con sorna mientras salía del coche y le ofrecía la mano–. Vamos, mi prometida, nos esperan –añadió.

Le daba miedo tocarlo, pero no le quedó más remedio que hacerlo. Tenía una mano grande y cálida que envolvió por completo la de ella. Recordó entonces cuándo había tocado por primera vez esa mano. El director general de Petróleos Alfonso estaba visitando los yacimientos de Bakken, en Dakota del Norte. Paula trabajaba como representante local de la empresa. Los presentaron en cuanto Pedro bajó de su helicóptero y le impresionó mucho su presencia y su elegante traje negro.

–Me han dicho que dirige la oficina local y que hace el trabajo de cuatro personas –le había dicho Pedro con una sonrisa que iluminó su atractivo rostro–. Me vendría muy bien una ayudante como usted en Nueva York.

La había deslumbrado por completo con su mirada y con el calor de su mano. Creía que lo había amado desde ese primer momento, pero todo había cambiado desde entonces. Pedro no parecía el mismo. Su rostro reflejaba más dureza y apenas sonreía. Había más arrugas en torno a sus ojos. A los treinta y seis años, era aún más despiadado y poderoso de lo que recordaba. Su belleza masculina era impresionante. Miró sus ojos negros y se echó a temblar. Sabía que no le resultaría difícil caer de nuevo en su hechizo.

–Serás mía, Paula. Solo mía –le dijo mientras colocaba uno de sus mechones tras su oreja.

No pudo evitar estremecerse al sentir el contacto. No podía moverse, estaba perdida en su mirada y en los recuerdos. Durante años, había vivido para él, solo para él.

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