lunes, 11 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 9

Se puso de lado en el asiento para tratar de encontrar una postura más cómoda que le aliviara el dolor punzante que sentía en la parte baja de la espalda.

–No quieres a este bebé ni quieres una esposa. Es el orgullo masculino lo que te lleva a…

–¿Eso crees?

–Sí, no quieres casarte conmigo. Acabas de saber lo del bebé y no has tenido tiempo para pensar en lo que significa tener un hijo y criarlo. Una familia implica muchos cambios y sacrificios.

–¿Crees que no sé cómo se siente un niño que se ve abandonado por sus padres, solo y sin casa?

Paula cerró la boca de golpe. Se dió cuenta de que Pedro lo sabía perfectamente.

–Yo podría darle a nuestro bebé un hogar maravilloso –susurró ella.

–Sé que lo harás –repuso él–. Lo sé porque soy su padre y le daré ese hogar.

Se dió cuenta de que no había forma de ganar esa guerra. Pedro no iba a renunciar a sus derechos como padre.

–Entonces, ¿Qué deberíamos hacer? –preguntó ella completamente perdida y desolada.

–Ya te lo he dicho, vamos a casarnos.

–Pero no puedo ser tu esposa –le dijo con voz temblorosa–. No-no te amo.

–Estupendo, ese santo de McLinn puede quedarse con todo tu amor. A mí me basta con tu cuerpo y tu voto de fidelidad.

–¿De verdad quieres casarte conmigo?

A pesar de todo, no podía olvidar tantos sueños románticos de los que Eduardo había sido el protagonista. Se había imaginado muchas veces que él la tomaba en sus brazos y le decía que había cometido el peor error de su vida dejándola marchar.

–¿Para siempre?

Pedro se echó a reír. Era un sonido cruel, casi desagradable.

–¿Casarme contigo para siempre? No. No quiero que mi vida sea un infierno ni estar encadenado a una mujer en la que nunca podría confiar. Nuestro matrimonio durará el tiempo suficiente para dar a nuestra hija un apellido.

–Entiendo… –susurró ella con el ceño fruncido–. ¿Como un matrimonio de conveniencia?

–Llámalo como quieras.

Empezó a considerar la posibilidad un poco más seriamente por el bien de la niña.

–Entonces, ¿Sería durante una semana o dos?

–Digamos tres meses. Lo suficiente como para que parezca un matrimonio de verdad. Además, será mucho más sencillo para todos que vivamos en la misma casa durante los primeros meses del bebé.

–Pero, ¿Dónde viviríamos? Ya ha terminado mi contrato de alquiler y tú vendiste la casa que tenías en el Village.

–Acabo de comprarme un piso en el Upper West Side –le contestó Pedro.

No podía creerlo.

–Decidiste regresar a Nueva York porque pensabas que ya no vivía aquí, ¿Verdad?

–Lo compré como una inversión. Pero sí, has acertado.

–Esto no va a funcionar –le dijo ella con el corazón en la garganta.

–Tendrá que funcionar.

Respiró profundamente. No sabía si sería algo bueno para su bebé, como aseguraba Pedro, o si la convivencia empeoraría aún más su relación.

–Pero, ¿Y si acaba todo con un divorcio complicado, lleno de acusaciones y peleas? Eso no beneficiaría a nadie y sería peor aún para mi bebé.

–Nuestro bebé –la corrigió Pedro–. Acordaremos los términos del divorcio en el acuerdo prenupcial. Así, sabremos desde el principio cómo va a terminar todo.

–¿Vamos a planear nuestro divorcio antes de casarnos? Me parece muy triste…

–No es triste. Es una solución civilizada y lo mejor que podemos hacer. Y, como no hay amor, no habrá ningún tipo de resentimiento cuando nos separemos.

Serían tres meses. Paula trató de imaginar cómo sería vivir en casa de Pedro. Ya no era la niña ingenua y confiada que se había enamorado de él, pero sabía que aún tenía poder sobre ella. Su traidor cuerpo seguía deseándolo aunque sabía que no era bueno para ella.

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