lunes, 25 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 40

Su esposo viajaba con frecuencia por todo el mundo, pero a menudo lo acompañaban ellas dos. Estaba siendo una experiencia increíble conocer tantos sitios distintos. Habían pasado el día de San Valentín en París, en una lujosa suite con vistas a la torre Eiffel. Pedro la había sorprendido allí con una cena romántica. Se estremeció al recordar el champán, las fresas bañadas en chocolate y los ardientes besos que habían compartido. Uno de sus últimos viajes había sido a Italia. Alquilaron en Venecia un palacio con vistas al Gran Canal y compartieron un romántico paseo en góndola. Sonrió al recordar que Olivia había probado su primer gelatto en Roma. Había sido increíble compartir esas aventuras en familia. Ella había crecido en una granja y nunca había viajado con sus padres. Nunca podría haberse imaginado que iba a tener una vida como aquella, tan internacional y glamorosa. Empezaba a atardecer y la suave brisa del Mediterráneo mecía las palmeras del jardín. Echó la cabeza hacia atrás para contemplar el cielo azul. Cerró los ojos y dejó que el cálido sol de España la llenara de energía. Se dió cuenta de que llevaban siete meses casados y aún no se había quedado embarazada, aunque Pedro no se cansaba de intentarlo. Cada noche, después de hacer el amor, la abrazaba hasta que se quedaba dormida. Después se iba al cuarto de invitados para dormir solo. No le gustaba despertarse y ver que él no estaba a su lado, pero era la única queja que tenía. Su vida era perfecta con su nueva familia. Aun así, echaba de menos a la otra familia, la que tenía en Dakota del Norte. Las cartas no habían servido de nada y pensó que había llegado la hora de hacer algo drástico.

–¡Paula!

Abrió los ojos y sonrió al ver que se le acercaba Pedro. Llevaba puesto un bañador y se le fueron los ojos a su musculoso torso y a sus fuertes brazos. Tenía una forma tan sensual de andar y moverse que conseguía seducirla aún sin intentarlo.

–Me gusta verte aquí, junto a la piscina –le dijo Pedro mientras contemplaba su diminuto bikini–. Pero ¿No tienes calor con toda esa ropa?

Ella se echó a reír.

–Siempre me dices lo mismo. Lo hiciste en enero, cuando la lluvia nos sorprendió y no podía dejar de temblar. ¡Estaba helada y empezaste a quitarme la ropa diciendo que debía de tener calor! –se quejó ella entre risas.

–Solo quiero que sepas que siempre estoy disponible para ayudarte con la ropa –le dijo con fingida inocencia–. ¿Quieres darte un baño conmigo?

Su mirada le hizo sospechar que el baño terminaría con ellos dos desnudos y en la cama. El calor de sus ojos siempre conseguía dejarla sin aliento. Le encantaba ver que seguía pareciéndole atractiva después del embarazo y no dejaba de decírselo ni de demostrárselo.

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