miércoles, 6 de noviembre de 2019

El Seductor: Capítulo 68

Pedro estaba de pie en la puerta del bar del pueblo preguntándose qué diablos estaba haciendo allí. Por alguna razón, pensaba que su lugar favorito serviría para subirle el ánimo. Normalmente le encantaba entrar allí. Ese siempre había sido su sitio, el único lugar en el que no era solo el hermano pequeño de Federico y de Leandro Alfonso. Pero en ese momento, viendo las luces de Navidad colgadas en el espejo de detrás de la barra y las mismas caras de siempre, lo único que sentía era soledad. Aquello no era lo que deseaba. Deseaba a Paula Chaves. Deseaba tenerla en sus brazos y en su vida. Estaba a punto de salir del bar cuando una rubia vestida de «Mamá Noel» se acercó a él.

–¡Eh, Pedro! –Rosana McHenry, dos veces divorciada, tenía diez años más que él, y llevaba intentando ligar con él desde que Pedro cumpliera los dieciséis–. No te había visto desde hacía tiempo.

–Hola, Rosana. Llevo unas semanas muy ocupado.

–Bueno, pero ahora estás aquí. Eso es lo importante. ¿Te apetece bailar?

–Cariño, sabes lo mucho que odio decepcionar a una dama. No es nada personal, pero no estoy de humor para bailes esta noche. Pero lo tendré en cuenta para otra ocasión.

–Sabes que siempre estaré dispuesta –dijo Rosana poniendo morritos.

Pedro sabía lo que Rosana necesitaba, pero no sabía cómo dárselo hasta que vio a un hombre de mediana edad sentado junto a la barra. Rafael Gentry era otro de los asiduos al bar. Un vaquero tímido que no hablaba mucho y que se trababa aún más cuando Rosana estaba cerca.

–¿Sabes quién querría bailar contigo con casi total seguridad? Rafael, que está ahí sentado.

–¿Tú crees? –preguntó Rosana mirando hacia la barra.

–Oh, sí –contestó Pedro–. Apuesto a que se siente muy solo en esa casa que sus padres le dejaron, sobre todo en esta época del año. ¿Por qué no vas a ver si quiere bailar?

–No quiero que nadie se sienta mal en esta época del año –dijo Rosana tras mirar otra vez a Rafael–. ¿Sabes? Creo que voy a hacerlo.

Se alejó de Pedro y se dirigió hacia la barra. Se quedó viendo cómo se apoyaba en la barra y decía algo con una de sus sonrisas. Rafael negó con la cabeza, pero Rosana lo levantó del taburete y lo arrastró a la pista de baile. Se giró para marcharse, pero, en ese momento, oyó la voz de una mujer que lo llamaba. Se dió la vuelta con una excusa preparadapara marcharse, pero se quedó sin palabras al ver a la chica alta y morena que lo miraba con una sonrisa.

–¡Pero si eres tú…! Hola, Pedro. ¿Me recuerdas?

–Claro que sí. La pequeña Aldana Roundy –dijo él dándole un abrazo, sorprendido de que fuera la misma chica que conocía desde el jardín de infancia.

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