viernes, 15 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 19

Trató de fingir que no le importaba haber dormido en la misma cama donde Pedro pasaba todas las noches, solo o en compañía de bellas modelos. Cambió a la niña de pecho con cuidado de no mostrar demasiada piel.

–Bueno, luego me dices cuál es mi habitación.

–No, Paula. Vas a quedarte en el dormitorio principal –repuso Pedro–. Así estarás cerca de nuestro bebé.

–Entonces, ¿Dónde vas a dormir tú? No estarás pensando que tú y yo vamos a…

–Me iré a la de invitados –la interrumpió Pedro.

–Pero no quiero molestarte.

–No lo harás –le aseguró él mientras se acercaba y acariciaba la cabeza del bebé–. Quiero que estés aquí, que estén aquí las dos.

–¿De verdad?

–Por supuesto que sí –le dijo Pedro–. Siempre he soñado con tener una familia así para poder protegerla y cuidarla. Y eso es lo que haré.

Sus ojos habían cambiado por completo. Su mirada era cálida y muy tierna. Le parecía otro hombre. El hombre que podría haber sido si su infancia no hubiera sido tan dura. Sentía compasión por él y los restos de un amor roto en mil pedazos, pero no podía seguir por ese camino.

–Gracias por cuidar tan bien de mí y de Silvia –le dijo ella con una sonrisa temblorosa.

–Olivia –repuso él de repente.

–¿Qué?

 –¡Olivia! Es un nombre español y una mezcla de los dos nombres que nos gustan, Silvia y el de mi tía Olimpia.

–Olivia… –probó ella–. Olivia Alfonso.

–Olivia Delfina Alfonso–la corrigió Pedro.

Lo miró entonces con sorpresa.

–¿Delfina por mi hermana?

 –Sí. Esta familia está unida gracias a ella.

–¡Pero Delfi me traicionó!

–Es de la familia y acabarás perdonándola –le dijo Pedro–. Los dos sabemos que lo harás.

Lo miró enfadada. No pensaba perdonar nunca a su hermana por contarle a Pedro lo del bebé. Pero, por otro lado, sabía que Delfina había hecho lo correcto y ella no. Aunque su hermana no tenía motivos completamente altruistas, había llegado a la conclusión de que estaba enamorada de Fernando. Su amigo no lo sabía, estaba segura. Se dió cuenta de que Fernando merecía tener amor de verdad y que había sido egoísta por su parte aceptar su propuesta de matrimonio. No entendía cómo había estado tan ciega para permitirle que se sacrificara así por ella. Había estado a punto de arruinar muchas vidas.

–Siempre me hablabas de tu hermana pequeña –le dijo Pedro colocando una mano en su hombro–. Le enviabas regalos, cartas y dinero para la universidad. Seguro que la perdonarás.

–Tienes razón –susurró ella con lágrimas en los ojos–. Estaba enfadada con ella, pero no hizo nada malo. Yo sí.

Se hizo el silencio. Cuando abrió los ojos, Pedro la miraba con el ceño fruncido, casi como si la pudiera entender. Se miraron a los ojos y sintió algo moverse en su corazón.

–De acuerdo.

–¿De acuerdo?

–Su segundo nombre puede ser Delfina – concedió ella mientras tocaba la mejilla regordeta y suave de su hija–. Olivia Delfina Alfonso.

–No me lo creo –repuso Pedro con una sonrisa–. ¿Nos hemos puesto de acuerdo en algo? ¿Puedo rellenar por fin el certificado de nacimiento?

–Así es –le dijo ella devolviéndole la sonrisa.

Volvieron a quedarse en silencio y mirándose a los ojos. Después, Pedro carraspeó algo incómodo y miró su reloj.

–Son casi las diez. Estarás muerta de hambre –le dijo él–. Te prepararé algo.

–¿Tú? ¿Vas a cocinar?

–No soy un completo inútil, si eso es lo que crees.

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