lunes, 18 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 24

Pero le había dolido que no la llamaran para disculparse. Ella tampoco lo había hecho. Sabía que también Pedro habría estado pendiente del calendario, deseando recuperar cuanto antes su libertad. Había sido un buen padre, pero suponía que estaría ya cansado de tener que esconder sus aventuras amorosas y no poder trabajar más horas. Lo cierto era que le había sorprendido que aguantara tanto tiempo. No había intentado nada con ella durante esos meses. Solo habían tenido una noche juntos, la noche en la que concibieron a Olivia. Una noche perfecta que ella nunca iba a olvidar. Recordaba el deseo en su mirada cuando la vio al otro lado del salón de baile, el calor de sus labios mientras se besaban en el taxi que los llevó a toda velocidad a casa de Pedro. Nunca iba a poder olvidar cómo se había sentido cuando la desnudó y comenzó a acariciarla, ni lo increíble y mágico que había sido estar entre sus brazos, gritando su nombre, dejándose llevar. Pero había llegado el momento de volver a la casa de su familia y buscar un trabajo. Tenía que olvidarlo. Si no, su vida iba a ser muy triste y…

–Querida.

Se dió la vuelta al oír su voz. Pedro la miraba desde la puerta de la habitación. Llevaba un elegante esmoquin negro y estaba tan guapo que el corazón le dio un vuelco. Sus ojos eran tan negros como su traje y sus rasgos eran perfectos, como los de una escultura griega. Él la miró de arriba abajo como si la estuviera devorando con los ojos.

–Estás preciosa –le dijo Pedro–. Todos los hombres me envidiarán esta noche.

Se sonrojó al oírlo y no supo qué decir. Nunca le había dicho nada parecido. Era la última noche de su matrimonio y se sintió tan torpe y tímida como si fuera su primera cita.

–Gracias. Tú-tú también estás muy elegante.

–Tengo un regalo para tí –le dijo Pedro mientras abría una caja de terciopelo negro que sacó del bolsillo de su esmoquin.

Se quedó con la boca abierta al ver un precioso collar de esmeraldas y diamantes.

–¿Es para mí? Pero, ¿Por qué? –preguntó confusa.

–¿De verdad no lo sabes?

–¿Es un regalo de despedida?

–No – repuso él con media sonrisa–. Supongo que podría ser un regalo deNavidad.

Pedro sacó el collar de la caja y ella levantó su larga melena y dejó que se lo pusiera. No pudo evitar estremecerse al sentir sus manos en la nuca. Cuanto terminó, se miró en el espejo.

–Es precioso –susurró ella con un nudo en la garganta.

Sus ojos se encontraron en el espejo y él dejó de sonreír.

–No tanto como tú –le dijo en voz baja–. Ninguna otra mujer está atu altura.

Pedro estaba de pie detrás de ella, tan cerca que sus cuerpos casi se tocaban.

–¿Por qué estás siendo tan amable conmigo? ¿Por qué ahora que termina todo? –le preguntó.

–¿Quién ha dicho que esto es el final? –repuso Pedro colocando las manos en sus hombros.

–El acuerdo prenupcial –contestó ella.

Pedro le dió la vuelta y ella lo miró a los ojos. Había deseo en ellos.

–¿Es que no sabes lo que quiero? –le preguntó Pedro en vozbaja.

Lo sabía muy bien. Quería recuperar su libertad.

–Por supuesto que lo sé. Supongo que habrán sido los meses más largos de tu vida.

–Es verdad –repuso Pedro acariciándole la mejilla.

–Tres meses de espera…

–Tres meses infernales –la interrumpió él.

Se le llenaron de lágrimas los ojos al ver que había estado en lo cierto.

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