lunes, 11 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 6

–No esperaría otra cosa de tí –susurró ella.

–Te destruiré a tí, arruinaré a tus padres y sobre todo a McLinn. ¿Me estás escuchando? –insistió lleno de furia–. Así que mide tus palabras y dime la verdad. ¿Soy el…?

 –¡Por supuesto! –explotó ella sin poder aguantarlo más–. ¡Por supuesto que eres el padre! Tú eres el único hombre con el que me he acostado.

Pedro dió un paso atrás y se quedó mirándola fijamente.

–¿Cómo? ¿Que sigo siendo el único? ¿Pretendes que me lo crea?

–¿Por qué iba a mentirte? ¿Crees que me gusta la idea de que el bebé sea tuyo? –replicó ella–. Me habría encantado que Fernando fuera el padre. Es el mejor hombre del mundo y confío plenamente en él. Tú, en cambio, eres un mujeriego adicto al trabajo que no se fía de nadie y que ni siquiera tiene amigos de verdad…

Se calló al sentir que Pedro apretaba con más fuerza sus hombros.

–No ibas a decirme lo del bebé, ¿Verdad? –susurró él–. Ibas a robarme a mi propia hija y permitir que otro hombre fuera su padre. ¡Querías arruinarme la vida!

Sintió miedo al verlo tan fuera de sí, pero lo miró a los ojos.

–¡Sí! ¡Sabía que estaría mejor sin tí!

Se quedaron mirándose en silencio, como dos enemigos a punto de batirse en duelo. Durante ocho meses, se había convencido de que Pedro no quería ser padre. Le encantaba su vida de soltero y su trabajo. Un niño le impediría seguir con su vida y creía que no podría ser un buen padre. Pero una parte de ella siempre había sabido que no era cierto. Él había sido un niño huérfano que había tenido que salir a los diez años de su España natal para vivir en Nueva York. Sabía que quería ser padre, de quien podía prescindir fácilmente era de ella, no de un hijo o una hija. Creía que eso era lo que le había asustado. Era un hombre rico y poderoso que podía llevarla a los tribunales y conseguir la custodia de su hija.

–Deberías habérmelo dicho en cuanto supiste que estabas embarazada.

–¿Cómo iba a hacerlo? Me despediste y no he sabido nada de tí hasta ahora.

–Eres lista. Si lo hubieras querido, habrías encontrado la forma de ponerte en contacto conmigo.

Sintió otra dolorosa contracción.

–¿Qué vas a hacer ahora que te he dicho la verdad? –le preguntó asustada.

Pedro le sonrió con frialdad, alargó hacia ella la mano y acarició su mejilla. A pesar de todo, no pudo evitar sentir una oleada de deseo recorriendo su traicionero cuerpo.

–Ahora que lo sé, vas a pagar por lo que me has hecho, querida –le dijo en voz baja.

Paula lo miró fijamente, no podía respirar ni pensar cuando él la tocaba. Se sentía atrapada. Suspiró aliviada al ver que llegaba Fernando con el coche de alquiler. Pedro se giró para ver quién era y susurró algo en español. Después, se agachó para recoger su bolso. Antes de que pudiera preguntarle qué estaba haciendo, agarró su brazo y tiró de ella.

–Ven conmigo –le ordenó.

Abrió la puerta de su elegante coche negro y le pidió a su chófer que pusiera en marcha el motor. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, trató de liberarse y apartarse de él.

–¡Suéltame ahora mismo!

 Pero la mano de Pedro parecía de acero. La obligó a sentarse en la parte de atrás y se subió al coche, sentándose a su lado. La miró entonces a los ojos.

–No voy a dejar que vuelvas a escapar con mi bebé.

A pesar de las circunstancias, la envolvió el aroma de su colonia. Le abrumaba su cercanía. Había imaginado situaciones parecidas durante los años que había estado trabajando para él y, muy a su pesar, seguía soñando muchas noches con él. El corazón le latía con fuerza.

–Vámonos –le dijo Pedro a su chófer.

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