lunes, 25 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 39

Sentada junto a la piscina y con vistas al Mediterráneo, Paula trató de convencer a su pálido cuerpo para que se bronceara bajo el cálido sol de España. Olivia estaba echándose la siesta dentro de la lujosa casa. Le encantaba ese lugar. Seguía muy blanca, pero nunca había sido tan feliz. Tan feliz y tan triste al mismo tiempo.  Llevaban cuatro meses lejos de Nueva York. Su apuesto marido los había llevado por todo el mundo en su jet privado. Había visitado lugares con los que había soñado desde su infancia. Habían pasado la Navidad en España. El día de Nochebuena habían celebrado con una cena romántica una especie de aniversario de la primera vez que habían estado juntos. Cuando se despertó a la mañana siguiente, Pedro ya no estaba. Fue a buscar a la niña y bajaron al salón para descubrir una obscena cantidad de regalos bajo el árbol. De pie a su lado estaba él, disfrazado con un traje de Santa Claus y una barba blanca. Olivia se había echado a reír al verlo y ella también. Su padre le había comprado los juguetes más caros y más ropa de la que iba a poder usar, pero la niña se había limitado a jugar con el papel que lo envolvía.

–¿Ves lo que pasa cuando te gastas demasiado dinero en un bebé, Santa Claus? –le dijo ella.

–Sí –repuso él–. Y también tengo algo para tí, señora Claus. Perdón, quería decir «señora Alfonso».

Metió la mano en su saco y le dió un llavero con sus iniciales. Parecía de oro y diamantes.

–Es precioso. Pero, ¿Cómo me regalas algo así? Me va a dar miedo perderlo… –repuso ella.

–El llavero no es el regalo, sino la llave –le dijo él–. Sal a la calle.

Aunque seguía en pijama, hizo lo que le pedía. Se quedó boquiabierta al ver lo que le esperaba en el jardín de la casa, un flamante Rolls-Royce.

–Su color plateado me recordó a tí –murmuró Pedro acercándose a ella por detrás–. Llevabas un vestido del mismo color la noche del Baile de Invierno. Brillabas como una estrella.

Se volvió para mirarlo y le quitó la barba blanca.

–Y cada día me pareces más bella aún, señora Alfonso –agregó él acariciándole la mejilla.

Se puso de puntillas y le dió un beso con todo el amor que sentía por él. No se detuvo hasta que Olivia empezó a retorcerse y a quejarse. Sonriendo, se separó de Pedro. Creía que era mejor que la niña no la viera besando a Santa Claus.

–Gracias –le dijo con lágrimas en los ojos–. Pero ahora mi regalo te parecerá muy poco.

–¿Qué me has comprado?

–Una pastilla de jabón y una corbata muy fea –bromeó ella.

–¿Sí? Qué bien, justo lo que necesitaba –repuso él.

En realidad, se trataba de una taza para el café que Olivia y ella habían hecho juntas. La había decorado con las huellas de las pequeñas manos de su bebé. Sabía que iba a encantarle.

–Tenerte a tí como esposa es el único regalo que necesito, Paula – le dijo Pedro con seriedad.

Estaba feliz, pero su sonrisa desapareció cuando recordó el hueco que tenía en su vida.

–Pensé que hoy por fin me llamaría mi familia –le confesó muy triste–. Es Navidad…

 –No te preocupes, querida, seguro que hablarás pronto con ellos.

Pero llevaban ya demasiados meses ignorándola. Les había enviado una carta cada semana con fotografías de Olivia y de su vida en Europa. En ellas les hablaba de la niña y de todo lo que le pasaba. También les había confesado lo que sentía por Pedro. Habían sido cartas en las que les había dejado su corazón, por no había tenido ninguna respuesta de ellos

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