viernes, 8 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 3

–¿Quién te lo dijo?

 –Él mismo –repuso Pedro con una sonrisa cínica–. Me lo contó cuando lo conocí.

–¿Lo has conocido? ¿Cuándo? ¿Dónde?

–¿Acaso importa?

Se mordió el labio al oír la dureza de sus palabras.

–Pero fue un encuentro casual o…

–Supongo que fue un golpe de suerte –la interrumpió Pedro–. Pasé por tu casa y me sorprendió ver que vivías con tu amante.

–¡Él no es mi…! –protestó ella sin pensar.

–¿No es tu qué? –Nada, no importa –murmuró ella.

–¿Le gusta a McLinn vivir aquí? –le preguntó en un tono frío–. ¿Sabe que es el piso que alquilé para una secretaria a la que en su momento respeté?

Ella tragó saliva. Había estado viviendo en un pequeño estudio de Staten Island para poder ahorrar y enviar dinero a su familia. Pero Pedro, cuando lo supo, alquiló un estupendo piso de un dormitorio para ella en el centro de la ciudad. Recordó la alegría que había sentido al saberlo. Sintió entonces que de verdad le importaba. Pero después llegó a la conclusión de que lo había hecho para que estuviera más cerca del trabajo y pudiera pasar más horas en la empresa. Se había pasado toda la semana guardando sus cosas en cajas. Había llamado a una compañía aérea, pero le habían dicho que no podía volar estando en tan avanzado estado de gestación.

–¿Viniste cuando yo estaba aquí? –le preguntó algo confusa.

–Sí, estabas en la cama –replicó Pedro con dureza.

Se le hizo un nudo en la garganta.

–¡Ah! –exclamó.

Lo entendió entonces. Ella había estado durmiendo en su habitación y Fernando en el sofá.

–No me dijo nada. ¿Qué es lo que querías? ¿Por qué viniste a verme?

Pedro no dejaba de mirarla con sus brillantes ojos negros. La miraba como si no la conociera.

–¿Por qué no me contaste que tenías un amante? ¿Por qué me mentiste?

–¡No lo hice!

–Me ocultaste su existencia. Le dejaste que viviera contigo en el piso que alquilé para tí y nunca lo mencionaste. Me hiciste creer que eras una persona leal.

–Me daba miedo decírtelo –le confesó ella–. Tienes una idea tan radical de la lealtad…

–Así que decidiste mentirme.

–No, nunca le pedí que se viniera a vivir conmigo. Me visitó por sorpresa.

Fernando aún había estado viviendo en Dakota del Norte cuando lo llamó para decirle que su jefe le había alquilado un piso. Al día siguiente, recibió su visita sorpresa. Según le había dicho entonces, le preocupaba la vida que Paula llevaba en la gran ciudad.

–Me echaba de menos y se iba a quedar solo hasta que consiguiera su propio piso, pero no pudo encontrar un trabajo y…

–Un hombre de verdad habría encontrado trabajo para poder mantener a su mujer, en vez de vivir de su indemnización por despido.

–¡Te equivocas! –exclamó ofendida–. ¡Las cosas no son así!

Durante su embarazo, Fernando había cocinado y limpiado. Le frotaba los pies cuando se le hinchaban y la acompañaba al médico. Se había portado como si aquel fuera su bebé.

–¡A lo mejor no lo sabes, pero en Nueva York escasean los trabajos para agricultores!

–Entonces, ¿Por qué vino a esta ciudad? Y, ¿Por qué se ha quedado aquí?

Comenzó a llover suavemente. Las gotas caían sobre la acera caliente y se evaporaban.

–Porque yo quería quedarme. Tenía la esperanza de encontrar otro trabajo –le dijo ella.

–Pero ahora has cambiado de opinión y quieres ser la esposa de un granjero.

–¿Qué quieres de mí, Pedro? ¿Has venido solo para reírte de mí?

–¡Claro! ¡Perdona! Se me había olvidado comentártelo –repuso fingiendo inocencia–. Tu hermana me llamó esta mañana.

–¿Te llamó Delfina? –le preguntó con voz temblorosa–. Y, ¿qué te ha dicho?

Esperaba que su hermana no hubiera tenido la osadía de traicionarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario