viernes, 22 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 33

Paula se despertó con un sobresalto. No sabía qué hora era, pero creía haber oído al bebé. Se levantó de la cama medio dormida y sonrió al recordar lo que había pasado, pero vió que Pedro no estaba allí, se había ido. Echó un vistazo al reloj que había sobre la chimenea. Eran las tres de la mañana. No sabía dónde podría estar y no entendía que se hubiera ido después de haber recuperado su cama como lo había hecho esa noche. Se sonrojó al recordarlo. No iba a poder olvidarlo. Oyó de nuevo el llanto del bebé. Corrió por ella y la tomó en sus brazos.

–Ya pasó, ya pasó… Está bien –le susurró para tranquilizarla–. Mamá está aquí. Ya estoy aquí.

La llevó a la mecedora y comenzó a darle el pecho. No podía dejar de mirarla, era preciosa. Recordó entonces lo que Pedro le había dicho. Esa casa tenía ocho habitaciones y quería llenarlas de niños. No podía siquiera imaginar cómo sería vivir en una casa llena de niños como Olivia y con un esposo que la quisiera. Pero sabía que la realidad era muy distinta y no sabía si podría seguir casada con Pedro sabiendo que nunca la amaría como ella a él. Habría sexo, eso no lo dudaba, pero no creía que fuera suficiente para ella. Pedro le había dicho que era suya, de nadie más. Pero le costaba imaginarlo enamorado de alguien y preocupándose por otra persona que no fuera él mismo. Olivia había sido la única que había conseguido ese tipo de atención. No sabía si su hija y la pasión serían suficiente base para un matrimonio cuando ellos dos tenían valores tan diferentes. Cuando la niña se durmió, la dejó con cuidado en la cuna para no despertarla. Supuso que dormiría al menos hasta las siete o las ocho. Cada noche dormía un poco más. Y esperaba que así también ella pudiera descansar. Esa noche había dormido muy bien en los brazos de Eduardo, al menos hasta que se despertó y vió que estaba sola en la cama. No dejaba de pensar en lo que él le había dicho. Quería que fueran una familia, pero no sabía si iba a funcionar. Cabía la posibilidad de que Pedro llegara a amarla como ella lo amaba. Cerró confusa los ojos, no le extrañaba que él la viera como una ingenua y una sentimental. Volvió a su oscuro dormitorio preguntándose dónde estaría a esas horas de la noche. Pensó que quizás hubiera bajado a la cocina para comer algo. Se puso una bata y bajó las escaleras, pero la cocina estaba oscura y vacía. Volvió a la planta superior y escuchó entonces la voz de Pedro en la habitación de invitados.

–Nada ha cambiado –le decía a alguien–. Nada.

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