viernes, 8 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 2

Suspiró y acarició su barriga. Pedro no sabía nada de la vida que había creado en su interior. Él había decidido echarla de su lado y no pensaba darle la oportunidad de luchar por la custodia del bebé. Suponía que sería un padre dominante y tiránico. Ya lo conocía como jefe. Su bebé iba a nacer en un hogar estable, con una familia cariñosa. Fernando, que había sido su mejor amigo desde los seis años, iba a ser el padre de su bebé aunque no fuera suyo. A principio, había creído que un matrimonio basado en la amistad no iba a funcionar, pero le había asegurado que no necesitaban nada más.

–Seremos felices, Pau –le había prometido Fernando–. Muy felices.

Y, durante el embarazo, había sido el mejor compañero posible. Bajó la vista y se fijó en su bolso de Louis Vuitton. Fernando quería que lo vendiera, diciéndole que sería ridículo tener algo así en una granja. Y ella estaba de acuerdo. Pedro se lo había regalado en Navidad. La había emocionado mucho con ese detalle. Le sorprendió que se hubiera dado cuenta de que ella lo miraba cada vez que lo veía en los escaparates. Cuando se lo dijo, Pedro le había asegurado que le gustaba recompensar a las personas que le mostraban lealtad. Cerró los ojos y levantó la cara hacia el cielo. Le cayeron las primeras gotas de lluvia. Ese ridículo trofeo, un bolso de tres mil dólares, le recordaba lo duro que había trabajado para esa empresa. Pero sabía que Fernando tenía razón, debía venderlo. Así no le quedaría ningún recuerdo de Pedro ni de Nueva York. Ese bebé era lo único que iba a conservar de esos años. Se estremeció al oír un trueno. También le llegaban los sonidos del tráfico y la sirena distante de un coche de policía en la Séptima Avenida.

Oyó entonces que se le acercaba un vehículo. Supuso que sería Fernando con el coche de alquiler. Había llegado el momento de casarse con él e iniciar el viaje de dos días hasta Dakota del Norte. Forzó una sonrisa y abrió los ojos. Pero era Pedro Alfonso el que acababa de salir de su Mercedes oscuro. Se quedó sin aliento.

–Pedro –susurró ella.

Se apoyó en el escalón para levantarse, pero se detuvo. Tenía la esperanza de que no se diera cuenta de que estaba embarazada.

–¿Qué-qué estás haciendo aquí? –le preguntó tartamudeando.

Pedro se le acercó con firmeza y elegancia. Su presencia imponía respeto e incluso temor. Casi podía sentir cómo temblaba el suelo bajo sus pies.

–Soy yo el que debería hacerte esa pregunta a tí, Paula.

Su voz era profunda y apenas le quedaba un poco de acento de sus orígenes españoles. Fue increíble volver a escucharlo. Había creído que no iba a volver a verlo, aunque había soñado con él en más de una ocasión.

–¿Qué te parece que estoy haciendo? –repuso ella mientras señalaba las maletas–. Me voy.

Odiaba que ese hombre siguiera teniendo tanto efecto sobre ella.

–Has ganado.

–¿He ganado? –repitió Pedro mientras se le acercaba más–. ¿Me estás acusando de algo? La miraba con intensidad. Había hielo en sus ojos, no pudo evitar estremecerse.

–¿No recuerdas acaso que me despediste y te aseguraste además de que nadie más me contratara en Nueva York? –le recordó ella.

–¿Y? –repuso Pedro fríamente–. McLinn puede cuidar de tí. Después de todo, es tu novio.

–¿Sabes lo de Fernando? –susurró algo asustada.

Pensó que, si sabía lo de su matrimonio, cabía la posibilidad de que supiera lo del embarazo.

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