lunes, 23 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 16

Al año siguiente, él se había marchado al instituto y ella se había quedado en el colegio. Durante los dos años siguientes, había ido a verlo jugar al fútbol al instituto y había cruzado los dedos para que lamirase y le sonriese. Sí. Se había comportado como una tonta en todo lo relativo a Pedro Alfonso. Y por fin habían coincidido en el instituto. Y, para su eterna felicidad, se lo había vuelto a encontrar en clase de Español. Jamás olvidaría que había entrado en clase y lo había visto sonreírle de oreja a oreja. Pedro había quitado su mochila de la silla que había a su lado y le había dejado el sitio, como si hubiese estado esperándola.

Ese año no habían salido juntos. Ella había sido todavía demasiado joven, y él siempre había tenido a chicas mayores revoloteando a su alrededor, pero habían retomado su amistad donde la habían dejado dos años antes. Él le había contado sus problemas con las chicas y sus dudas acerca de si alistarse en el ejército o ir a la universidad. Ella había ansiado decirle lo que sentía, pero no se había atrevido. En vez de eso, lo había escuchado y había intentado aconsejarlo. Al final, Pedro había hecho las dos cosas, se había matriculado en la universidad y se había alistado, por lo que en verano se había marchado de Pine Gulch para trabajar como voluntario apagando incendios. Habían continuado en contacto por correo electrónico y se habían visto siempre que él había pasado por la ciudad, y todo había sido como si nunca hubiesen estado separados. Hasta que su relación había cambiado. Ella por fin había madurado físicamente con dieciséis años y había hecho un esfuerzo por ser menos tímida. El verano anterior a su último año de instituto, cuando por fin había decidido estudiar Administración de Empresas, se había enterado de que Pedro había estado a punto de morir mientras luchaba contra un incendio en Oregón.

En la ciudad no se hablaba de otra cosa, de cómo Pedro había conseguido escapar de milagro y había salvado su vida y la de otros dos bomberos. Y ella no había podido preocuparse más. Él había vuelto a casa un par de semanas después y habían quedado para dar un paseo a caballo por su rancho. Allí, le había contado todo lo ocurrido en el incendio. Y de pasar a hablarle del incendio, había pasado, de repente y sin que Paula se diese cuenta, a besarla apasionadamente. Habían estado besándose unos diez minutos, los mejores minutos de la vida de ella. Y cuando Pedro había retrocedido, la había mirado horrorizado, como si acabase de pisar sin querer a un par de gatitos.

—Lo siento, Paula —le había dicho—. Ha sido… Vaya. Lo siento mucho.

Y ella había sacudido la cabeza y le había sonreído, con el corazón a punto de estallarle de amor, y le había preguntado:

—¿Por qué has tardado tanto?

Y entonces había sido ella la que lo había besado. Desde aquel momento, se habían vuelto inseparables. Pedro había conseguido el título de Técnico en Emergencias Médicas y lo había celebrado con él. Después, había ido a visitarla a Bozeman y, en verano, habían pasado el máximo tiempo posible juntos.

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