viernes, 27 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 21

—Te agradezco la invitación, pero estoy segura de que lo último que necesitan es que les demos más trabajo.

—De eso nada —respondió Luciana—. Tienes unos hijos adorables y yo estoy encantada de que hayas vuelto a la ciudad. Si te digo la verdad, estoy desesperada por hablar con una mujer. Y de temas que no tengan nada que ver con el ganado.

Paula supo que debía rechazar la invitación, pero ella también necesitaba una amiga y sabía que a Agustín y a Sofía les encantaría ir a montar a caballo y a jugar con los perros, así que accedió.

—De acuerdo. Iremos el fin de semana. Gracias.

—Te llamaré el miércoles o el jueves para concretar. ¡Qué bien! —dijo Luciana sonriendo de oreja a oreja.

Luego se subió a su camioneta y se marchó. Y Paula se quedó mucho más contenta que cuando había visto marcharse a su hermano mayor.




 Pedro tenía compañía. El runruneo de la lijadora no tapó las risas y los ruidos de la puerta. Intentó concentrarse en el marco en el que estaba trabajando mientras miraba de reojo hacia la puerta, donde varias cabezas se asomaban y se volvían a esconder. No quería bajar la guardia, con tantas máquinas por allí. Podía imaginarse la charla que le echaría Paula si alguno de sus hijos se hacía daño. Seguro que lo acusaba de haber permitido que su hijo mayor se cortase un dedo. El juego del escondite duró un par de minutos más, hasta que apagó la lijadora. Pasó un dedo por la madera para asegurarse de que estaba pulida y levantó el marco para comprobar que encajaba en el hueco de la ventana, todo con un ojo puesto en la puerta.

—Venga —susurró una voz.

Luego oyó risas y poco después vió a la hija de Paula. Sofía. Era una niña adorable, con la piel morena, el pelo negro y rizado y los grandes ojos azules de Paula.

—Hola —murmuró la niña, sonriendo con timidez.

—Hola, señorita —respondió él.

—¿Qué haces?

—Voy a poner madera nueva alrededor de esta ventana. ¿Ves? —le contó, levantando el marco que iba a colocar antes de volver a la mesa de trabajo.

—¿Por qué?

Pedro miró hacia la puerta, donde se había asomado el niño y se había vuelto a esconder.

—La madera vieja estaba estropeada. Esta va a quedar mucho más bonita. Como el resto de la habitación.

Agustín volvió a asomarse y, en esa ocasión, Pedro le sonrió. El niño entró también en la habitación.

—Hace ruido —dijo Sofía, señalando la lijadora.

—Sí, pero tengo una cosa para taparte los oídos si quieres.

La niña asintió vigorosamente, así que Pedro fue a por sus cascos, que estaban encima de la caja de herramientas. A la niña le quedaban enormes. Se los intentó adaptar, pero siguieron quedándole muy grandes. Sofía sonrió encantada y él se echó a reír.

—Estás muy guapa.

—Ya —respondió ella, acercándose al espejo que había detrás de la puerta del cuarto de baño y mirándose como si llevase puesta una diadema de diamantes.

Pedro pensó que era una rompecorazones.

—¿Me dejas otros a mí? —preguntó Agustín sin atreverse a entrar del todo en la habitación.

—Me temo que solo tengo esos. No esperaba compañía. Lo siento. La próxima vez traeré otros. Aunque es probable que tenga unos tapones normales en la caja de herramientas.

Agustín se encogió de hombros.

—Da igual. No me molesta el ruido. A Sofía le asusta el ruido, pero a mí, no.

—¿Por qué le asusta el ruido a Sofía?

La niña estaba andando por la habitación, canturreando en voz alta, al parecer, intentando oírse a sí misma a pesar de los cascos. Agustín no le quitaba ojo. Su actitud era protectora.

—No sé, le asusta. Mamá dice que porque tiene tantas cosas en la cabeza que a veces se le olvida que está con nosotros y los ruidos altos la sobresaltan. O algo así.

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