lunes, 30 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 26

—Paula… —empezó, sin saber lo que iba a decirle.

Ella negó con la cabeza.

—Siento que mis hijos te hayan molestado. No permitiré que vuelva a ocurrir.

—Ya te he dicho que no me importa.

—Pero a mí, sí. No quiero que te tomen cariño, solo vas a estar en sus vidas unos días.

No hacía ni una semana que Pedro conocía a sus hijos, ¿Por qué se le encogió el corazón al pensar que no volvería a verlos? Incómodo con la reacción, la miró fijamente.

—Para no odiarme, lo finges bastante bien. Ni siquiera quieres que me acerque a tus hijos, como si fuese a contagiarles algo.

—Estás exagerando. Después de tanto tiempo, podría decirse que eres un extraño para mí. No te odio. No siento nada por tí. Menos que nada.

Pedro se acercó e inhaló el aroma de su champú.

—Mentirosa —susurró.

Ella se estremeció igual que habría hecho si le hubiese acariciado la mejilla. Fue a retroceder, pero se contuvo.

—Supéralo —le espetó—. Me rompiste el corazón, sí. Era joven y tonta, y me creí eso de que me querías y de que querías estar toda tu vida conmigo. Íbamos a prometer estar juntos en lo bueno y en lo malo, pero no quisiste compartir lo malo conmigo. Lo que hiciste fue empezar a beber y a pasarte el día en el Bandito, como si no ocurriese nada. Yo me quedé destrozada, es cierto. Pensé que no sobreviviría a tanto dolor.

—Lo siento.

Ella hizo un ademán, como si no tuviese importancia.

—Debería darte las gracias, Pedro. Si no me hubieses roto el corazón habría seguido siendo aquella chica tonta y débil y me habría convertido en una mujer tonta y débil. En vez de eso, me hice fuerte. Fui a vivir una aventura a Europa, donde maduré y aprendí que había más mundo aparte de Pine Gulch, y ahora tengo dos hijos maravillosos que lo demuestran.

—¿Por qué te rendiste tan pronto?

Ella apretó los labios, enfadada.

—Tienes razón. Tenía que haber seguido adelante con la boda y haber esperado a que tú decidieses sacar la cabeza del agujero en el que la habías metido. Aunque hubiese tenido que esperar diez años.

—Siento haberte hecho daño —le dijo Pedro, deseando de nuevo poder volver atrás y cambiarlo todo—. No sabes cómo lo siento.

—Llegas diez años tarde —replicó ella—, pero ya te he dicho que da igual.

—Ya lo veo, si no, no te erizarías como un puercoespín cada vez que estamos cerca.

—Yo no… —empezó ella, pero se calló.

—No te culpo por ello. Me porté fatal contigo. Soy el primero en admitirlo.

—El segundo —lo corrigió Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario