viernes, 20 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 11

Si hubiese tenido la esperanza de que Paula le diese las gracias por haberse ofrecido a ayudar con las obras del hostal, Pedro se habría sentido decepcionado. Durante los siguientes días, se instaló en la habitación, que resultó ser sorprendentemente cómoda y que además tenía vistas a un pequeño arroyo, y ayudó a la señora Chaves con el trabajo de carpintería. Reparó el armario de un baño, un mostrador… Mientras tanto, casi no vió a Paula, que nunca estaba en su puesto cuando él pasaba por recepción. Las pocas ocasiones en las que hablaron, ella fue breve y puso alguna excusa para marcharse a la menor oportunidad, como si tuviese miedo de que le contagiase algo. Y eso que había sido ella la que lo había dejado, y no al contrario, pero estaba actuando como si fuese el peor canalla del lugar.  No obstante, su actitud le parecía más un reto que un fastidio. Lo cierto era que no estaba acostumbrado a que las mujeres no le hiciesen caso y, mucho menos, a que Paula no le hiciese caso. Siempre habían sido amigos, mucho antes de aquel verano en el que él se había dado cuenta de que la quería como algo más que a una amiga. Y después de que se marchara, la había echado mucho de menos, como mujer y como amiga. Después de tres noches en el hostal y varios encuentros fugaces y frustrantes, por fin tuvo la oportunidad de hablar con ella una mañana temprano. Tenía una reunión en el parque de bomberos y al salir de la casa vió a alguien trabajando en las escasas flores que rodeaban el hostal. Pensó que había un jardinero debajo del sombrero de paja, hasta que vió un mechón de pelo rubio. Entonces, se acercó.

—Buenos días —la saludó.

Paula se sobresaltó y se giró. Al verlo, el gesto de sorpresa se convirtió en uno de consternación, pero solo un instante, no tardó en sonreírle de manera educada.

—Ah, hola.

Si a Pedro no le hubiese dolido la reacción, tal vez hasta le hubiese hecho cierta gracia que le hablase en un tono tan frío.

—No sé si te acuerdas de que estás en el este de Idaho, no en Madrid. Y es abril. Es posible que todavía nieve.

—Lo sé —respondió ella con voz tensa—, solo son plantas de floración temprana, así que no creo que pase nada.

Pedro no sabía nada de jardinería.

—Si tú lo dices... Lo digo por que no trabajes en balde.

—Agradezco tu preocupación, pero en mis treinta y un años de vida he aprendido que, en ocasiones, si quieres embellecer un poco el mundo que te rodea, tienes que arriesgarte. Por ahora solo estoy trabajando en las plantas que dan al este y al sur, que es menos probable que se hielen. Tal vez haya estado fuera unos años, pero no se me ha olvidado lo caprichoso que es el tiempo en estas tierras.

Pedro pensó que de lo que no parecía acordarse era de los buenos momentos que habían pasado juntos, porque seguía tratándolo con aquella educada indiferencia. Supo que debía marcharse a la reunión, pero no pudo evitar quedarse un momento más, a intentar producir en Paula alguna reacción. Miró a su alrededor e hizo una pregunta tonta:

—¿No tienes a los niños contigo esta mañana?

—Están dentro, preparando el desayuno con mi madre. He querido aprovechar para hacer esto antes de que salgan y Agus decida intentar hacer un túnel que comunique el jardín con China, y Sofi, arrancar todas las flores bonitas.

Pedro no pudo evitar sonreír.

—Son adorables.

No hay comentarios:

Publicar un comentario