miércoles, 11 de diciembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 69

Llevaba en una mano un ramo de margaritas rosas. Se volvió un instante para mirar la casa donde había crecido. Era pequeña y el exterior necesitaba una mano de pintura, pero era acogedora, cálida y estaba llena de buenos recuerdos. Miró el columpio del porche, las flores rojas de su madre en las macetas. Había tanto amor en aquel lugar…

–Solo espero que sepamos hacerlo todo bien –le susurró a su padre.

–Bueno, no será así, cariño –repuso él sonriendo.

–Entonces, espero al menos que nos vaya la mitad de bien que a ustedes.

Miguel colocó su mano sobre la de ella.

–Seguro que sí, estáis hechos el uno para otro. Es un buen hombre.

Paula tuvo que aguantarse para no echarse a reír. Su padre había aprendido a apreciar a Pedro después de pasar con él tres días pescando en Wisconsin. También había ayudado que su prometido le hubiera pedido la mano de su hija en matrimonio. Incluso Fernando y Pedro habían logrado enterrar el hacha de guerra. También su amigo había ido a Wisconsin, junto con un montón de tíos y primos. No había comprendido muy bien cómo habían conseguido entablar amistad, pero creía que habían ayudado mucho las cervezas que se bebieron una noche juntos al fuego.

–Como vamos a casarnos con las hermanas Chaves, decidimos que teníamos que ser aliados –le había dicho Pedro con una sonrisa.

Ganarse la aprobación y el cariño de su madre había sido mucho más fácil. Pedro era el mayor admirador de su comida y no se cansaba de alabar especialmente sus tartas de frutas.

–Aunque no vendría nada mal que me dieran más nietos cuanto antes –le había dicho su madre con algo de timidez.

–Sí, señora –había contestado Pedro mientras miraba a Paula con una pícara sonrisa.

Se le llenaron los ojos de lágrimas al recordarlo. Por fin estaba segura de algo que la había tenido distraída durante días. Estaba deseando poder decírselo a Pedro.

–¡No llores! –le susurró su padre–. Tu madre nunca me lo perdonaría si echas a perder el maquillaje.

–No estoy llorando, papá –repuso Paula mientras parpadeaba para contener las lágrimas.

Pasaron al lado del lugar donde iban a tener el banquete. Había una pista de baile iluminada por antorchas y neveras portátiles llenas de cerveza y el mejor champán. Llegaron a la puerta del granero y se detuvieron. Comenzó la marcha nupcial y todos los presentes se pusieron en pie para mirarla, pero ella solo tenía ojos para Pedro.

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