lunes, 8 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 31

Sin pensar, tiró de ella y Paula dejó escapar un gemido.


—¿Qué haces?


Pero el tono defensivo había desaparecido. La oscuridad no podía esconder el brillo de su mirada ni el de su pelo. Y tampoco podía esconder los altos pómulos y los generosos labios. Y no estaba apartándose. Pedro estaba ardiendo y cuando habló, su voz sonaba ronca, descarnada.


—¿Qué estoy haciendo?


—Yo…


Pedro la colocó sobre él y buscó su boca con una pasión que no podía contener. Sus pechos se hinchaban… ¿De indignación? No lo sabía porque había perdido el control. Cuando sintió que dejaba de resistirse experimentó una sensación de triunfo. No podía pensar en nada más porque el beso en la oscuridad lo tenía embriagado, enloquecido, recordándole otro momento similar con ella… Siete años antes. 


Paula seguía atónita al encontrarse en los brazos de Pedro, con los labios masculinos abriendo los suyos. Cuando la despertó, había sentido el abrumador deseo de enterrar la cara en su pecho porque los tentáculos de la horrible pesadilla se agarraban a ella como escurridizas ramas. Pero entonces recordó con quién estaba, quién estaba precipitando esos sentimientos, esa debilidad, ese deseo de buscar consuelo. Pedro Alfonso precisamente. Y ese sueño… No lo había tenido en mucho tiempo, desde que salió de la clínica de rehabilitación. Y tenerlo de nuevo, allí, era exasperante. Como si estuviera retrocediendo en lugar de ir hacia delante. Y era culpa de Pedro, que la afectaba como nadie. La indignación hizo que se apartase bruscamente, mortificada al encontrarse sin respiración, sus pechos subiendo y bajando rápidamente contra el muro de acero de su torso, los pezones duros y sensibles. En su cuerpo y su mente parecían habitar dos personas diferentes. Su cuerpo decía «Por favor, no pares» mientras su cabeza gritaba: «para ahora mismo».


—¿Qué ocurre, minha beleza?


El tono ronco de Pedro despertó todas sus traidoras terminaciones nerviosas.


—¿De verdad crees que es buena idea?


Maldita fuera. Sonaba como si quisiera convencerlo de que lo era, no al contrario. Sus ojos eran como dos pozos negros y Paula se alegraba de no poder ver su expresión. Había esperado que Pedro recuperase el sentido común y se apartase, pero se había acercado aún más para deslizar las manos por su espalda, haciéndola temblar. Era un roce ligero y, sin embargo, parecía quemarla.


—¿Pedro?


—¿Sí? 

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