lunes, 8 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 33

Esas palabras se abrieron paso entre la niebla de su cerebro. Paula se mordió los labios. Temía hablar, temía lo que podría decir en ese momento. Pedro seguía torturándola, obligándola a abrir las piernas tanto como era capaz para enterrar un dedo en su húmeda y ardiente cueva.


—Dilo, Paula. 


Su tono era fiero, duro, mientras movía el dedo íntimamente dentro de ella. Santo cielo, iba a terminar. Así. En una tienda de campaña, en medio de ninguna aparte, solo porque un hombre estaba tocándola. Sintiéndose más vulnerable que nunca, intentó cerrar las piernas, pero Pedro no se lo permitió. Podía ver la determinación en sus ojos mientras introducía otro dedo, ensanchándola, llenándola. Y ella solo podía gemir mientras apretaba sus hombros con dedos agarrotados. El canto de su mano ejercía una exquisita presión sobre su clítoris y Paula era incapaz de detener el movimiento de sus caderas, adelante y atrás, buscando aplacar la increíble tensión. Y entonces empezó a mover los dedos rápidamente, hasta el fondo, haciendo que sus músculos internos se cerrasen a su alrededor.


—Admite que me deseas, maldita sea. Estás a punto de terminar. ¡Dilo!


Ella sabía qué la contenía: Que Pedro pareciese decidido a empujarla por el precipicio mientras él parecía mantener la cabeza fría. Porque sospechaba que solo quería demostrar que la tenía dominada. Pero no podía evitarlo. Necesitaba aquello, lo necesitaba demasiado.


—Te deseo —confesó por fin, mientras su cuerpo se apretaba contra la perversa mano—. Te deseo… Maldito seas.


Y después de pronunciar esas palabras se puso tan tensa como la cuerda de un arco y la explosión de un placer indescriptible sacudió todo su cuerpo, haciendo que se rompiese en mil pedazos. Había tenido orgasmos antes, pero nunca así. Con tal intensidad, perdiéndose a sí misma en el proceso. 


El cerebro de Pedro se había convertido en un pozo de deseo. Deseaba enterrarse en ella para aliviar aquel infierno, pero algo evitaba que reemplazase los dedos con su miembro, dolorosamente erguido. En algún momento se había dado cuenta de que necesitaba a aquella mujer de un modo que sobrepasaba todo lo conocido por él.  Y necesitaba saber que ella sentía lo mismo. Hacer que lo admitiese, hacer que tuviese un orgasmo, se había convertido en una especie de batalla de voluntades. Ella lo confundía desde que apareció en su despacho unos días antes y, por primera vez, sentía que había recuperado parte del control haciendo que Paula perdiese el suyo. Pero cuando apartó la mano y el cuerpo de ella reaccionó con una convulsión, le pareció un triunfo vacío. Se apartó, furioso consigo mismo por su falta de control y volvió a ponerse la camisa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario