lunes, 8 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 32

Él deslizó los labios por su cuello y un fuego líquido se extendió por la pelvis de Paula. Maldito fuera. Tragó saliva, el deseo imponiéndose a los dictados de su cerebro, haciendo que se acercase a ese cuerpo tan duro.


—Lo lamentaremos después.


Pedro se apartó un momento y dijo con voz ronca:


—Piensas demasiado.


Y cuando se apoderó de su boca, Paula olvidó todo lo demás. Se ahogaba en la fuerza de sus brazos, en el calor de su boca mientras la obligaba a abrir los labios con la lengua. El beso en la discoteca siete años antes había quedado grabado en su memoria como una marca y era como ser despertada de un largo sueño. Nunca había disfrutado besando a ningún otro hombre… Hasta que él la besó. Y volvía a sentir lo mismo. Apenas se dió cuenta de que Pedro estaba desabrochando la cremallera del saco con una mano; solo sabía que estaba con él, sus pechos aplastados contra el ancho torso masculino. Enredando los dedos en su pelo, la sujetó para saquear su boca con devastadora habilidad, sin darle respiro. Cuando se apartó un momento ella abrió los ojos, respirando pesadamente mientras la tumbaba de espaldas. Tenía un aspecto salvaje, feroz. El mismo aspecto que debían tener los conquistadores portugueses cuando llegaron a aquella tierra. Cuando colocó un mechón de pelo detrás de su oreja la respiración de Paula se volvió más pesada. Estaba húmeda y deseaba tocarlo, sentir ese torso bajo sus dedos. Inclinó la cabeza y empezó a desabrochar los botones de su camisa, deslizando una mano sobre la densa musculatura. No pudo contener un suspiro de satisfacción mientras lo exploraba, disfrutando de la dureza de sus músculos. Deslizó los dedos por su torso, rozando un oscuro pezón con la uña… Y se le hizo la boca agua. Quería besarlo allí. La barba incipiente raspaba la delicada piel de su rostro, pero se olvidó de ello cuando introdujo la lengua en su boca, haciendo que se arquease hacia él. Pedro empezó a tirar hacia abajo de su chaleco, llevándose también los tirantes del sujetador para desnudar sus pechos. Cuando levantó la cabeza estaba sin aliento. Frente a ella solo veía un borrón. Podía sentir los dedos de él bajo el encaje del sujetador, haciendo deliciosos círculos alrededor de los pezones, tan duros que le dolían. Entonces dió un fuerte tirón para librarse de la prenda y Paula sintió que sus pechos saltaban. La mirada de Pedro era tan ardiente que podía sentirla en su piel desnuda.


—Perfeito —murmuró.


Bajó la cabeza y, con exquisita finura, rozó una de las puntas con la lengua, haciendo que contuviese el aliento. Volvió a hacerlo hasta que Paula empezó a mover las caderas hacia delante sin darse cuenta y luego, lentamente, lo metió en su boca para chupar con fuerza. Ella dejó escapar un grito mientras enredaba los dedos en su pelo. Nunca había sentido nada así. El sexo había sido algo que soportaba, una forma de escape… No algo que disfrutase como estaba disfrutando en aquel momento. Bajó las manos hacia su pantalón para desabrocharlo. No había ninguna duda, ninguna vacilación. Deseaba aquello con todas sus fuerzas, como nunca había deseado nada. Y Luca tampoco debía tenerlas porque metió una mano bajo sus bragas mientras seguía torturando sus pechos con la boca. Pedro se apartó un momento para mirarla con un brillo casi enfebrecido en los ojos mientras la acariciaba íntimamente, liberando un río de lava. Y ella suspiraba y gemía, levantando las caderas hacia él sin poder evitarlo.


—Me deseas. 

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