miércoles, 24 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 68

Pedro detuvo el coche y la miró durante largo rato. Estaban como suspendidos en el tiempo, el silencio roto solo por el canto de algún pájaro. El hechizo se rompió cuando Pedro salió del coche, pero Paula dejó escapar un grito de sorpresa cuando la tomó en brazos para llevarla hacia la casa. Subió las escaleras de dos en dos hasta un enorme dormitorio y, por las ventanas abiertas, vió el Cristo Redentor iluminado sobre la ciudad. Todo era como un sueño y ella no quería analizar la importancia de lo que estaba pasando. Pedro la dejó en el suelo y desapareció en el baño para abrir el grifo de la ducha. Cuando salió empezó a quitarse la ropa hasta quedar desnudo, descaradamente masculino y orgulloso.


—Ven aquí.


Ella obedeció sin discutir y, después de quitarle el vestido, Pedro deshizo el lazo del bikini y dejó que cayera al suelo. Luego tiró hacia abajo de las bragas y Paula levantó los pies para librarse de la prenda. Así, desnuda, nunca se había sentido más femenina O más libre de las sombras que la habían perseguido durante tanto tiempo. No habían desaparecido del todo, pero por el momento era suficiente. Pedro tomó su mano para llevarla a la ducha, acorralándola en el pequeño cubículo. Cuando se apoderó de su boca Paula abrió los ojos para ver su ardiente mirada. Estaba lista, húmeda para él, ansiosa al verlo tan excitado. Pedro la levantó y le pidió que enredase las piernas en su cintura, pero se detuvo de repente. Ella lo miró, sin aliento.


—¿Qué ocurre?


—No tengo ningún preservativo, cariño. Tenemos que salir de aquí.


Paula se sentía mareada mientras la sacaba de la ducha. Podía ver un gesto de dolor en su rostro por la interrupción, pero se alegraba de que mantuviese la cabeza fría porque ella estaba demasiado perdida como para pensar en preservativos. La dejó sobre la cama y sacó un preservativo de la mesilla. Mirándola a los ojos, rasgó el sobrecito y se lo puso con manos grandes y capaces. Se sentía totalmente lujuriosa mientras observaba esa demostración de virilidad. Y luego se colocó sobre ella mientras le preguntaba con voz ronca:


—¿Todo bien?


Paula asintió con la cabeza porque no podía hablar. Enredó las piernas en su cintura y Pedro empezó a empujar con fuerza, casi con furia, mirándola a los ojos, sin dejar que ella apartase la mirada.  El placer estalló en unos minutos. Estaba tan dispuesta… Era como si fuese lo más fácil del mundo, como si no fuera su primera vez con él. Ella mordió su hombro y un poderoso espasmo sacudió su cuerpo cuando él se liberó en su interior, empujando rítmicamente hasta que se hubo vaciado del todo. Cayó sobre ella, temblando de arriba abajo. Y Paula adoraba el peso de su cuerpo, el íntimo temblor de su miembro. 

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