viernes, 12 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 42

 —Paula…


Ella levantó una mano.


—No, déjame hablar.


A Pedro no le gustó la punzada de pánico que sintió al pensar que Paula podría irse y no volvería a verla nunca.


—Si acepto quedarme a prueba durante dos semanas… Si lo hago bien y demuestro estar capacitada… —Paula hizo una pausa, el rubor cubriendo sus mejillas—. Quiero saber que me darás el trabajo, sea aquí o en Atenas. Quiero un contrato firmado. ¿De acuerdo?


El alivio que inundó a Pedro era inquietante. Se sentía culpable, pero estaba demasiado distraído como para lidiar con su conciencia.


—Ven aquí y te lo diré —respondió, ofreciéndole su mano.


Vió que ella se mordía los labios, insegura. Pero después de unos segundos desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó del asiento. En cuanto estuvo cerca, Pedro tiró de su muñeca y la sentó sobre sus rodillas.


—¿Qué haces?


Sin poder evitarlo, él buscó su boca. Sería suya. No iba a marcharse. Paula le echó los brazos al cuello después de resistirse durante todo un segundo. Y cuando deslizó la lengua entre sus labios y ella suspiró podría haber gritado de triunfo. Antes de perder la cabeza por completo se apartó, intentando llevar oxígeno a sus pulmones.


—Tendrás un puesto de trabajo —dijo acariciando su barbilla.


Paula respiró profundamente y el roce de sus pechos intensificó la presión en su entrepierna.


—Quiero un contrato firmado para saber que cumplirás tu palabra.


—¿No confías en mí? —respondió él, indignado. No confiaba en ella, pero no había pensado que pudiera ser al revés.


Paula apretó los labios.


—Una promesa firmada o me iré en cuanto lleguemos a Río.


La sensación de triunfo desapareció. Querría advertirle que ninguna mujer le decía lo que tenía que hacer… Pero no podía. El beso no era suficiente. Aún no.


—Muy bien, de acuerdo —asintió por fin.




Paula estaba admirando la fabulosa vista de Río de Janeiro desde las ventanas del ático, en la última planta del edificio al que había acudido el primer día para entrevistarse con él.


—¿Este es tu departamento? —le preguntó, volviéndose para mirarlo.


Pedro, que estaba observándola atentamente, asintió con la cabeza.


—Sí, pero solo lo uso si tengo que trabajar hasta muy tarde o para entretener a algún cliente importante.


¿O para entretener a una amante?


De repente, no se sentía tan segura como en la avioneta, cuando la sentó sobre sus rodillas para besarla. Sus dudas e inseguridades habían vuelto. Pedro la afectaba demasiado.


—No puedo quedarme aquí. No me parece apropiado. 

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